sábado, 31 de agosto de 2013

MI PAPÁ Y LA REVOLUCIÓN DE TRUJILLO

En 1930 la mayoría de las carreteras, aunque permitían el tráfico que por ellas se realizaba, dejaban mucho que desear.

Con todo, las compañías de vapores perdieron importancia con relación a los viajes cortos, a las zonas aledañas a la capital, Surgieron algunas agencias para el transporte terrestre entre Lima y Pisco por el Sur y Trujillo por el Norte. La agencia Ñapo, la primera que organizó el servicio a Trujillo, con no pocas dificultades , la Estación El Sol” de Rafael E. Salardi y otras que abrieron otras rutas a lo largo y ancho de la geografía peruana.  

La empresa de Transportes “El Sol”,  de Rafael . E.  Salardi, se asoció con mi padre y  tenían la concesión de llevar el tabaco a Chiclayo y Trujillo, al final de mes mi papá era el encargado de recaudar el dinero de todos los portes del mes. Días antes de que estallara la Revolución, mi papá llego a Trujillo y se hospedo como siempre en el hotel “Royal” en la Calle Sinchi Roca 1138, muy cerca del mercado y donde solían alojarse por aquella época muchos comerciantes. El día de la revolución se comenzó a hacer redadas en todos los hoteles en busca de los apristas. Desgraciadamente mi papá fue confundido como uno tantos de ellos. Fue tomado preso y gracias al ciudadano alemán Von Rosemberg, quien se preocupó de ver si necesitaba algo,  y después de presentar todos sus documentos, salió en libertad. Pero la Revolución acababa de empezar. Había que esperare que todo se calmara.

Según Basadre, la Revolución de Trujillo fue una de las peores tragedias que sufrió el Perú. Ningún episodio se le puede comparar. Sin exageración para este historiador, uno de los más abominables hechos de la historia nacional. Aquí reinó el encono y la venganza que anticipó a la guerra civil española de 1936 a 1939.
Ello no justifica para el mismo analista, la represión que sobrevino. En el cumplimiento de las sentencias con pena de muerte, se hicieron barbaridades.
Cabe añadir que ocurrieron centenares o miles de ejecuciones sin proceso. Pareció que  predominó la política no sólo de castigo o represalia sino con miras al exterminio del adversario que, al fin y al cabo, también era peruano.
Han pasado casi ochenta y un años desde que la normalidad acabó por completo en la capital del departamento de La Libertad. La madrugada del 7 de julio de 1932 quedó marcada para siempre. Allí en la histórica y bella ciudad ocurrió ese aciago día, inevitablemente, un enfrentamiento muy violento a sangre y fuego que trajo consigo miles de muertes que hasta ahora exactamente no se puede calcular, constante desolación y entero sufrimiento entre los peruanos. Estimados conservadores hablan de unos cinco mil fusilados en las ruinas pre-incas de Chan Chan, teniendo en cuenta que la población del Perú en 1940 era de seis millones de habitantes, y si extrapolamos esta cantidad a la actualidad (2013), es como si en Trujillo se hubieran ajusticiado a unos veinte y cinco mil ciudadanos.
Así  se enfrentaron, a como dé lugar y sin prever ninguna consecuencia, por un lado, los apristas cargados de ideales y de indignación imbuidos de apoyo popular con las fuerzas del orden compuesta por militares y policías que defendían como lo manda la Constitución y las leyes, el fuertísimo gobierno del Comandante Luis Miguel Sánchez Cerro.
Jorge Basadre dice en la Historia de la República del Perú: “Resulta muy difícil decir si hubo fraude o no en 1931… El escrutinio demostró que Sánchez Cerro obtuvo más votos… Los apristas constantemente han desconocido elecciones. Lo hicieron en 1962 y 1963 con idénticas características y con idéntico contenido”…
La denominada  Revolución de Trujillo, además de las injustas muertes de seres humanos y los daños irreparables, sí que trajo consecuencias políticas profundas durante casi medio siglo en la vida política del país porque dio  lugar a una rivalidad incontenible entre las Fuerzas Armadas y el Apra que recién pudo ser superada, luego de que el Gobierno dictatorial del General Morales Bermúdez puso de por  medio el entendimiento y desaparecieron para siempre, las heridas, poco antes de la muerte de Haya de la Torre, ocurrida el 2 de agosto de 1979.
Pero en el camino del desentendimiento, azuzado por diferentes grupos representativos  de intereses incluso legítimos e ilegítimos, la Historia del Perú  cambió por completo. Sobre todo en contra de los apristas. Por ello, en primer lugar, jamás Víctor Raúl pudo llegar a la Presidencia de la República, no obstante contar con el voto popular. El veto militar, inevitablemente, lo impedía. Aunque eso no fuese muy democrático que digamos.
En efecto, en 1962, luego de las elecciones donde ninguna de los candidatos alcanzó el tercio que la Constitución vigente de 1933 exigía, los militares le dieron a conocer al Presidente Prado la oposición tajante de las Fuerzas Armadas de que el líder del Apra asumiese el poder.
Haya había obtenido el primer lugar y se suponía que el Congreso lo iba a elegir entre los tres candidatos que ocuparon los tres primeros lugares. En este caso, él, Fernando Belaúnde y el General Manuel A.  Odría.
Entre las décadas de los años  1920 y 1930, Trujillo vivió la gestación y crecimiento de la organización sindical entre los campesinos  y la agitación de la intelectualidad.
Las haciendas Casa Grande, Cartavio y Laredo se convirtieron en verdaderos bastiones del recién nacido Partido Aprista Peruano, organización política  fundada por el líder estudiantil, seguidor del radical Manuel González Prada, Víctor Raúl Haya de la Torre.
Sánchez Cerro publicó una ley controvertida que proscribía las libertades políticas y permitía la detención de cualquier ciudadano, sin mandato judicial. Este hecho, sumado a las desigualdades sociales, al desconocimiento de los derechos laborales de los trabajadores de las haciendas azucareras ubicadas al norte de la ciudad de Trujillo, acrecentó el descontento social. A partir de entonces, las demandas  en contra del gobierno y  la liberación de Haya de la Torre, se volvieron incontenibles.
De madrugada a eso de las 2 am, el 7 de Julio de 1932, un grupo insurgente compuesto fundamentalmente por campesinos obreros y estudiantes del Colegio Nacional de San Juan, comandado por Manuel Barreto conocido como “Búfalo", asaltó y capturó el cuartel de artillería Ricardo O’Donovan, ubicado en la entonces entrada de la ciudad de Trujillo.
En la madrugada del 7 de julio de 1932,1 un grupo insurgente compuesto fundamentalmente por campesinos y obreros, comandado por Manuel Barreto (conocido como “Búfalo") reconocido líder aprista, asaltó y capturó el cuartel de artillería Ricardo O’Donovan, ubicado en la entonces entrada de la ciudad. En esta acción, el mismo Barreto fue uno de los primeros en caer abatido. El cuartel fue saqueado. Las armas, entre ellas seis cañones móviles, fusiles y ametralladoras fueron llevadas a la ciudad de Trujillo mientras entonaban, los levantados, la "Marsellesa Aprista".
La lucha duró cuatro horas desde las 2 a.m. hasta las 6 de la mañana. Murieron, inevitablemente, muchos de los  defensores y  los atacantes.
El Capitán Leoncio Rodríguez Manffaurt, que vio el cadáver de el “Búfalo” Barreto en el hospital, lo describe así: “Está decentemente vestido con traje cabritilla. Era bastante musculoso, peludo y barbudo. Más que todos. Su color  amarillo, como si hubiese sufrido ictericia. Por boca y narices sale ya una espuma sanguinolenta. Tiene una rosa rosada en el primer botón del saco, en el centro mismo del pecho. Un gesto de sonrisa que hiela la medula. Esa sonrisa parece una daga toledana”.
Durante la mañana, la ciudad fue tomada por el pueblo insurrecto, se nombró como Prefecto (máxima autoridad civil), a Agustín Haya de la Torre (hermano de Víctor Raúl); los distritos aledaños a la ciudad también se sumaron a la revuelta.
El levantamiento se extendió a Salaverry, el valle de Chicama, Otuzco, Santiago de Chuco y Huamachuco. También llegó a  Cajabamba en Cajamarca y repercutió por completo en Huaraz, la capital de Ancash.
El Mayor Alfredo Miró Quesada con tropas enviadas desde Lima, dos compañías de fusileros y una sección de ametralladoras, desembarcó en Salaverry, puerto que fue recapturado bajo protección de dos secciones del mismo destacamento, cuyo avance se efectuó por carretera desde Chimbote.
Pero al marchar sobre Trujillo, Miró Quesada encontró porfiada resistencia y tuvo que retirarse con pérdidas de vidas y de armamento. Los sublevados habían obtenido una primera victoria y la celebraron entregándose a la algarabía y el alcohol, sin perseguir al enemigo.
El Gobierno de Lima  envió para debelar la rebelión de Trujillo al Coronel Manuel Ruiz Bravo, Comandante de la Primera Región Militar con sede en Lambayeque. Las fuerzas que estuvieron bajo sus órdenes fueron un regimiento de infantería, una compañía de fusileros una sección de ametralladoras de Cajamarca y varios destacamentos de la Guardia Civil.
Su acción estuvo facilitada por la defensa que efectivos de esta institución habían hecho de la hacienda Casa Grande y por la toma efectuada el 9 de Julio de la hacienda Cartavio, fuertemente defendida por los revolucionarios en cinco horas de cruento combate.
El ataque de Trujillo fue materia de un plan elaborado por Ruiz Bravo y su Estado Mayor encabezado por el Teniente Coronel Eloy Ureta, después general, héroe de la Guerra contra el Ecuador y Mariscal del Perú.
Este plan combinó la acción en dos frentes de las tropas provenientes de Lima, a órdenes del Mayor Miró Quesada cuya base era Salaverry y de las del noreste que tenían su vanguardia cerca del aeropuerto. La aviación recibió la misión de colaborar señalando los nidos de ametralladoras y los focos de resistencia de los facciosos.
La lucha se inició en la madrugada del 10 de Julio, precedida por el bombardeo aéreo de la ciudad sin previo aviso, incluyendo el hospital donde había números heridos y desoyendo, los atacantes, la petición de parlamentar.
El combate ocurrió dentro de la ciudad y el avance de los gobiernistas fue hecho en algunos barrios, casa por casa. En la noche del 10 de julio entraron en acción las tropas de Miró Quesada que habían sido reforzadas y a las 10 de la mañana del 11 ya combatían por la posición de la Plaza de Armas y la Prefectura. Esta fue capturada a la 1 de la tarde.
Participaron, en la debelación del levantamiento de Trujillo, una escuadrilla de aviones de caza mandada por el Teniente Coronel Sales Torres y una escuadrilla de hidros bajo la dirección del Comandante Manuel Cánepa Muñíz. La aviación protegió, junto con el Crucero Almirante Grau y dos submarinos, el desembarco de tropas gobiernistas en Salaverry. Luego bombardeó el cuartel O´Donovan y otros lugares de Trujillo.
United States Department of State / Foreign relations of the United States diplomatic papers, 1932. The American Republics (1932) page 944. Peru.
“La insurrección no es anti-extranjera, es anti-Sánchez Cerro”.
Estalla la insurrección aprista en Trujillo. Los rebeldes controlan la ciudad y el Valle del Chicama. Están dirigidos por el coronel Rubén del Castillo y Augustín Haya de la Torre, hermano de Víctor Raúl. Agustín telegrafía a Lima amenazando con matar a los rehenes militares a menos que su hermano sea liberado.
El gobierno responde rápida y duramente con bombardeos aéreos que parten de la base de Chimbote. Los seis aviones militares lanzan 26 bombas de fabricación estadounidense, de 25 libras cada una, que más impacto causan en destruir la vida y la propiedad de los no combatientes, pero con el efecto militar decisivo de horrorizar a la población y destruir la moral de los insurrectos. El ejército toma Salaverry y avanza sobre Trujillo. Se combate en las calles de Trujillo. Los insurrectos se concentran en Laredo, pero los militares al final los derrotan totalmente. Todo lo que sale en la prensa, incluyendo las informaciones de Associated Press y United Press, está censurado por el gobierno. La embajada le advierte al Departamento de Estado que debe desconfiar de la precisión de tales informaciones.
El embajador Dearing considera que la insurrección de Trujillo no es “anti-extranjera”, sino “anti-Sánchez Cerro”.Los 35 ciudadanos estadounidenses en el Valle del Chicama, básicamente de Cartavio y Grace, se encuentran bien. Los intereses estadounidenses en la zona son Grace y Northern Peru Mining and Smelting Company.
Sin embargo, el gobierno de Sánchez Cerro, para seguir con los bombardeos, por un lado, quiere recurrir a los aviones comerciales estadounidenses, propiedad de la compañía estadounidense Panagra (Pan American-Grace Airways) dirigida por el capitán Harold R. Harris, y a sus pilotos para que vuelen un tri-motor Ford. No hay pilotos peruanos que puedan pilotearlo. Los necesita para llevar municiones a sus tropas y abastecer a los aviones de combustible, como para según el gobierno llevar cigarros y avituallamiento a las tropas y trasladar de regreso a Lima a los heridos. En pleno bombardeo a Trujillo, la Panagra había llevado combustible a la base Chimbote para abastecer a los aviones militares, cosa considerada por la embajada, y por la Panagra, como una transacción puramente comercial. Por otro lado, el gobierno agota todas sus bombas en los ataques a Trujillo, por lo que le pide a los EEUU que le envié más desde la Zona del Canal de Panamá.
“No more bombs for you”
Se inicia un conflicto diplomático entre los EEUU y el Perú. Los EEUU consideran que los bombardeos aéreos son excesivos para reprimir la insurrección norteña. Tampoco quiere verse involucrado en la represión a una rebelión que no va contra sus intereses. El gobierno peruano considera que la empresa aérea estadounidense debe poner sus equipos y personal a disposición del gobierno en su respuesta militar a la rebelión.
El gobierno estadounidense protesta ante el gobierno de Sánchez Cerro por la presión a su compañía aérea, pero éste insiste, amenazando con suspenderle los contratos. Según el gobierno peruano, la compañía privada estadounidense debe apoyar al gobierno peruano en su represión contra cualquier revolución que surja. Finalmente, la compañía aérea, con la informal y desmarcada luz verde de la embajada estadounidense, accede al pedido del gobierno peruano. El piloto estadounidense Thomas Jardine, bajo órdenes de militares peruanos, vuela de la base militar de Chimbote hacia Casagrande, y de ahí a Trujillo, llevando paquetes que cree que son municiones. El piloto estadounidense cuenta a su embajada que sintió las balas de los rebeldes disparando a su nave. La población trujillana que acaba de sufrir los bombardeos está indignada con los aviadores. La embajada rechaza seguir apoyando las operaciones militares represivas. El gobierno peruano insiste y pide que la Panagra capacite a pilotos peruanos para volar las naves. La embajada rechaza el pedido.
El gobierno peruano vuelve a insistir invocando un artículo de un contrato, que estipula que en casos de “desórdenes internos graves” la empresa aérea debe poner a disposición del gobierno peruano sus equipos y su personal. El gobierno peruano le recuerda a la embajada que está restableciendo el orden en un territorio donde hay intereses de ciudadanos estadounidenses, que corrieron peligro con los disturbios allí ocurridos. Al respecto el embajador Dearing recibe una comunicación del Secretario de Estado Stimson en que le dice que desde un punto de vista estrictamente legal el gobierno peruano tendría la razón, pero que puede continuar negándole la razón al gobierno peruano.
Los EEUU también rechazan la solicitud del gobierno de Sánchez Cerro de que le envié más bombas desde su base de Colón, en la zona del Canal de Panamá, para reprimir a los rebeldes. El gobierno peruano, sin poder reabastecerse de bombas de fabricación estadounidense, recurre a bombas “hechizas”, fabricadas localmente usando dinamita.
“Los bombardeos en Trujillo fueron inspirados en el cine”
El embajador Fred M. Dearing le escribe la siguiente carta al Secretario de Estado:
“Señor: tengo el honor de reportar al Departamento [de Estado] cómo una película americana ejerció un efecto marcado en la forma aceptada de conducir operaciones militares en el Perú. En los últimos días de mayo una película americana titulada “Hell Divers” fue exhibida por primera vez en Lima. La película muestra vistas excelentes sobre aviadores navales americanos lanzando bombas sobre objetivos estacionarios. Como es costumbre en las primeras noches de las nuevas películas en Lima, los exhibidores se propusieron hacer la primera muestra de “Hell Divers” una función de gala. El jefe de la Misión Naval Americana en el Perú había visto esta película y comprendió su valor en promover el interés en la aviación americana haciendo que las principales autoridades militares asistan a la proyección. Asistió el presidente, acompañado por sus principales asesores y las autoridades militares y navales. Todos los aviadores en servicio activo fueron así mismo invitados y la audiencia estuvo compuesta exclusivamente por oficiales peruanos. Se afirma que el presidente quedó muy impresionado por la increíble precisión de los bombardeos navales y los militares peruanos estuvieron igualmente muy impresionados por la película.
Dos semanas después estalló la revolución de Trujillo. Normalmente, los revolucionarios hubieran podido tener tiempo para consolidarse, mientras esperaban que el ejército peruano se ponga en posición de atacar. En este caso, sin embargo, el presidente hizo que sus asesores militares movilicen inmediatamente todos los aviones militares y navales, seis en número, y los ubiquen en un pueblo cerca de Trujillo. Los aviones estaban equipados con todas las bombas disponibles en el Perú. Parece evidente que la influencia de la película de bombardeos causó este rápido empleo de los aviones bombarderos peruanos.
Una corte marcial comenzó a actuar de inmediato a diestra y siniestra, condenando a la pena de muerte a 44 reos presentes y a 53 ausentes. Entre ellos Agustín Haya de la Torre. Sin embargo, este último nunca fue encontrado. Recibieron la pena de penitenciaría 19 reos presentes y 62 ausentes.
Pero también ocurrieron para colmo de males, las numerosas ejecuciones no legalizadas de Chan Chan. En relación con las muertes entonces producidas, conviene distinguir entre las víctimas que hicieron la tropa y los oficiales al tropezarse en su avance casa por casa y calle por calle, con combatientes civiles o con sospechosos de serlo y quienes cayeron después de que cesó la lucha.
 Inclusive se aseguró que fueron fusilados todos aquellos a quienes se encontró en las manos o en los hombros huellas de que habían disparado. Con crueldad e irresponsabilidad total.
El levantamiento de Trujillo repercutió en Huaraz. Después de haber sido vencidos cinco rebeldes, fueron ejecutados en cumplimiento de una sentencia de una corte marcial. Con el voto en contra de dos vocales de ella
Entre los fusilados, en un acto de crueldad innecesaria, estuvieron el Mayor Raúl López  Mindreau y el joven dirigente aprista Carlos Philips. Uno de los reos, Arístides Boza, recibió la pena de prisión, sin haber sido acusado por el Fiscal y sin nombrarle defensor.
El juzgamiento fue hecho primero por grupos, clasificados de antemano por los jueces como autores, cómplices e inculpados. Las cuestiones de hecho y las sentencias fueron dictadas individualmente, sin haberse oído y juzgado a todos los acusados. Similares anomalías hubo en los procesos de Trujillo.                                                                                                                                En la madrugada del día 11 de julio, tras un intenso bombardeo aéreo y terrestre, un gran despliegue de tropas inició la ocupación de la ciudad. En la “Portada de Mansiche”, un grupo de francotiradores dirigidos por Carlos Cabada contuvo el avance del ejército, ayudando a fortalecer las defensas dentro de la ciudad.
En la histórica plazoleta de “El Recreo”, al final de la calle central  Pizarro,  María Luisa Obregón, apodada “La Laredina”, condujo la resistencia disparando ella misma una ametralladora. La lucha se desarrolló calle a calle. Los soldados eran recibidos con disparos y en general con cualquier objeto contundente arrojado por los pobladores rebeldes desde los techos, entre cánticos y lemas alusivos al Apra.
Fue el profesor Alfredo Tello Salavarria quien se mantuvo al frente de las últimas trincheras, en el barrio trujillano de “Chicago”.
El 18 de julio, el jefe de operaciones, Coronel Luis Bravo, informó tener pleno control territorial, luego de cometer numerosas represalias contra la población civil en Chepén, Mansiche, Casa Grande, Ascope y Cartavio. Las tres últimas haciendas azucareras donde laboraban algunos de los revolucionarios.
Un gran número de combatientes que incluso se  rindieron fueron fusilados sin juicio. La Corte Marcial”, sin ninguna garantía e independencia, dictó pena de muerte contra muchas personas sindicadas como principales responsables del alzamiento.
Muchos de ellos se encontraban fugitivos y otros fallecieron en el enfrentamiento. La pena se aplicó a los detenidos, quienes fueron llevados a la ciudadela histórica de barro de Chan Chan, obligados a cavar sus fosas que se convirtieron en sus tumbas.
Sin excepción, ellos recibieron la descarga fatal el 27 de Julio de 1932. Según algunas fuentes, el número exacto de muertos, al terminar el conflicto, llegó a sumar más de 4 mil civiles muy vinculados al Partido Aprista, quienes fueron fusilados de forma extrajudicial.
Este número, precisamente, lo dio Haya de la Torre en su manifiesto del 12 de noviembre de 1933.
Lo cierto es que el Perú pasó por uno de sus mayores sufrimientos. No le hace bien a la patria. No le hace bien a ningún peruano. De guerras estamos cansados. Y si son civiles. Peor. Mucho peor. Nunca más.


LA PLAZA DE LA ESCANDALERA Y LA CÁRCEL-HOSPITAL DE GALERA


La plaza de la Escandalera se ubicaba, en lo que ahora es la esquina entre la plaza y la calle Argüelles, la cárcel Galera, llamada también hospital-galera, para mujeres. Este establecimiento estaba allí, extramuros aunque no lejos de la cárcel de La Fortaleza, intramuros, y surge por idea del regente de la Audiencia marqués de Risco, que propone su construcción en 1738. Su verdadero impulsor fue el obispo don Agustín González Pisador, que donó 50.000 reales para la construcción de la planta baja, en 1776, con el fin de recluir a «mujeres de vida licenciosa». Allí recluían también a las que habían cometido delitos menores, ya que las que tenían condenas largas eran enviadas a la prisión de Valladolid. Dado que en Asturias había pocas cárceles para mujeres, la mayoría de las asturianas se alojaban aquí. El edificio tenía buenos ventanales, con refuerzos de piedra, y por ello estaba bien ventilado, pero tenía mucha humedad, por pasar cerca el arroyo de las aguas de toda la parte alta. Por ello, y por su mala distribución, propone el regente don Lorenzo Gota edificar una nueva planta, mejor distribuida y más sana, lo que se hace con donativos de algunos ovetenses sensibilizados con la miseria de las pobres mujeres que malvivían en la Galera. Esta nueva planta se terminó en 1832 y los datos y las fechas de su construcción fueron esculpidos en una lápida que coronaba la fachada principal hasta su demolición y que ahora se conserva, como tantas ruinas de nuestro pasado reciente, en el Museo Arqueológico. Dice así la lápida: «Para reclusión y corrección de mujeres, el ilustrísimo señor obispo Pisador fabricó el piso bajo, año 1776. La Real Asociación de Caridad el alto, 1832».
Este edificio, que todavía calentaba al sol de mediodía sus ruinas en el primer tercio del siglo XX, respondía en lo externo a la traza de muchos otros de la Asturias de su tiempo, armonizando bien la primera planta, la más antigua, con la segunda, separadas en su construcción por más de cincuenta años. La fachada, muy del XVIII asturiano, con puerta reforzada y balcón principal sobre ella, con los muros encalados, escondía con empaque casi palaciego su triste cometido y lo inadecuado de su interior, que, según Canella, «resulta mal distribuido y poco a propósito para su objeto».
Resulta evidente que si la ciudad quería un lugar para cárcel y asilo de mujeres, que de todo era, no querría que este lugar estuviese en espacio céntrico ni que tomase lo que los ovetenses querían para su esparcimiento. Si, de paso, el edificio se amplía y adecenta, con mayor o menor fortuna, con dinero de aportaciones particulares, se hacía contando con que la obra durase allí. Todo esto nos hace suponer que nadie preveía en la primera mitad del siglo XIX que el Oviedo nuevo crecería y se haría moderno y atractivo para el gusto nuevo precisamente por aquella zona y que todos aquellos lugares, arbolados, húmedos y medio salvajes, serían no muchos años después el nuevo espacio apetecido por las nuevas clases sociales adineradas y, en definitiva, el motivo de admiración de todos los ovetenses, que asistían encantados a la transformación de la vieja ciudad milenaria, que quería ser un París de juguete.
La Escandalera es una plaza que no nació para tal y que fue haciéndose de retales, como consecuencia de las sucesivas transformaciones del Oviedo nuevo que surgía a fines del siglo XIX. Hasta entonces, lo que luego se llamó con tan curioso nombre era parte del Campo San Francisco, que por allí se prolongaba para acercarse a la huerta de las franciscanas que habitaban el convento de Santa Clara.
Era lo que luego fue la Escandalera la parte del Campo más cercana a la ciudad, a la que se llegaba por el campo de la Lana o la calle de San Francisco, llamada antiguamente Rúa Francisca, siempre unida a su condición de camino natural entre el Campo y el convento franciscano y las reliquias de la catedral del Salvador, meta ovetense de las peregrinaciones. También este camino se llamó tradicionalmente del Campo, simplemente por ser ése su final, fuera ya de la ciudad.
Sin cambios durante siglos, en los últimos 120 años va a sufrir este espacio múltiples transformaciones que le llevan a su estado actual, perdida ya en cierto modo su condición de centro por antonomasia, pero conservando rasgos muy característicos de su progresiva transformación, testigos todos de su primera intención como plaza, «mayor» si cabe, bulliciosa y comercial, centro de todas las reuniones ciudadanas y de su letargo actual, como «city», con todos los bajos comerciales de antaño convertidos en bancos y compañías de seguros que fuera de las horas de la mañana dan una tristeza especial a los lugares en los que se asientan, perdida así la vida natural.

Cuando, por la necesidad de abrir una larga calle hacia la estación de ferrocarril, nace Uría, entre el viejo convento de San Francisco y la proyectada estación, no hay idea clara del destino de lo que de campo y huerta pasará a ser terreno urbanizable primero y luego urbanizado. En el nuevo trazado de Uría, mirando hacia la estación, a la derecha, hay dos grandes construcciones que vuelven su espalda a ella, abiertas desde antes en la calle de las Dueñas. Son la fábrica y fundición La Amistad y el cuartel de Milicias. Antes de llegar allí, un buen espacio arbolado, con el terreno en declive, como toda la zona, en el que destacan dos edificios: la cárcel Galera y la capilla de Santa María del Campo. Estaban justamente en lo que ahora es la plaza de la Escandalera, pero en aquel momento no había plaza ni proyecto de tal, hasta el punto de que en 1869 se propone parcelar todo el espacio y Tomás de Fábrega propone un proyecto en el que se distribuye el lugar geométricamente parcelándolo en nueve solares irregulares que formarían, de haber prosperado la propuesta, un tapón entre Uría y la ya proyectada calle Fruela.

jueves, 29 de agosto de 2013

ALGUNAS NOSTALGIAS SOBRE MI BARRIO

En el psiquiátrico o La Cadellada
“Oviedo, me atrapa y me puede el sabor de la provincia, el olor a la historia, los ritmos y rumores de la vida cotidiana, los placeres de la vida cotidiana, los placeres de la conversación, la geometría de las clases sociales, la escenografía literaria, el tiempo lento, la mirada distraída, el discurso circular y las amistades profundas…”.
Los locos de Oviedo, habían estado, entre 1887 y 1937  en el Hospital-manicomio de Llamaquique que fue semi destruido por la guerra, pero ya se andaba con la idea de hacer otro nuevo.
La Cadellada, era el nombre de una finca ovetense, en esta época la Cadellada estaba bastante lejos del centro de Oviedo, y por eso la Diputación de Oviedo decidió en 1925 comprarle la finca a Francisco Bailly, para hacer un nuevo manicomio u hospital psiquiátrico, nacido para “recoger, apartar o curar a los iluminados con una luz distinta”.  
La Diputación de Oviedo, mando hacer un estudio de los distintos hospitales psiquiátricos al doctor Sixto Armán, psiquiatra pionero y al arquitecto Manuel Bobes, con el objeto de buscar un centro modelo por el resto de Europa. Por inspiración del psiquiatra Vallejo Najera, se proyectaron una serie de pabellones con distintas funciones asistenciales, siendo lo jardines fruto de la labor terapia a algunos enfermos, pues después de muchos años todavía seguían con sus ingeniosos diseños y el encanto de sus glorietas, largas rosaledas , parterres con plátanos de sombra, podados sabiamente como esculturas vivas.
Al inaugurarse  La Cadellada en 1934,  quedaron atrás los tiempos de Llamaquique , con sus historias de película gótica, como aquel interno eternamente encamado, que criaba y amaestraba grandes ratas, que compensaban calentándole los pies.
Por aquellos años La Cadellada, guarda entre sus paredes muchísimas amarguras y también anécdotas y también esfuerzos destacables y aparecen como un escenario casi vacío, con las salas y los pasillos en sordo, callando a cal y canto lo que saben.  
Entre los locos famosos que pasaron por ese vetusto hospital tenemos que citar en primer lugar al médico del mismo hospital psiquiátrico Don Fernando, que había descubierto e  investigado la enfermedad de la Silicosis en los mineros. Fue internado en el mismo por tener adicciones de la clase alta (morfinómano).
El personal médico neuropsiquiatría estaba capacitado para atender las necesidades somáticas y sicológicas de los enfermos
Por aquel entonces el hospital psiquiátrico Provincial tenía 200 enfermos, y estaba dotado de toda clase de instalaciones de tipo de diagnóstico y terapéutico.

Por aquel entonces, el director de la Cadellada era el Dr. Pedro Quirós Isla, quien había nacido en Oviedo el 5 de agosto de 1904, cuando la capital de la provincia apenas superaba los 50.000 habitantes. Estudió Medicina y se especializó en Psiquiatría, defendiendo la medicina pública en una época en la que los programas de atención tenían deficiencias notables. Fue concejal del Ayuntamiento de Oviedo con los alcaldes Manuel García Conde e Ignacio García Conde siendo también defensor de Oviedo y Presidente de la Sociedad Ovetense de Festejos de 1952 a 1953.
Durante su trabajo como psiquiatra se puso en marcha el Hospital Psiquiátrico de La Cadellada,  Quirós fue nombrado jefe clínico del Hospital en 1931. Al comenzar sus trabajos estalla la guerra civil en 1936, teniendo que ser trasladados los enfermos al Monasterio de Corias, en Cangas del Narcea,  hasta 1939. En 1939 y hasta 1943 estalla la polémica entre Quirós y la Diputación a causa de las discrepancias entre el doctor y la administración sobre el trato a los enfermos mentales, que causa la apertura de varios expedientes al director del hospital. Anteriormente, en 1933, Quirós había abierto su clínica particular en el palacio de Agüeria, en Noreña.. La clínica de San Rafael fue trasladada a La Corredoria en 1959, simultaneando su trabajo en la clínica con el de director de La Cadellada.
El 6 de julio de 1992 tomó posesión del cargo académico numerario en la Real Academia de Medicina de Asturias y León. En esta toma de posesión, González Quirós pronunció un discurso que llevaba por título Los cuentos de tradición oral y el desarrollo emocional.
Falleció el 5 de enero del año 2000. Previamente, el Ayuntamiento de Oviedo decidió el 17 de mayo de 1998 premiar la labor de Quirós denominando calle del Doctor Pedro Quiros situada en Ponton de Vaqueros y antes de la Estrecha.

Otros locos muy especiales
Eloina, era una demente que estaba, siempre a cargo de una cuidadora y sujeta siempre con una cadena y un candado.  Lograba escaparse utilizando una horquilla para el pelo ó un imperdible. Se iba por las fincas aledañas por detrás del hospital y también andaba por los tejados. Era un poco el terror de todas las personas más de los niños.
Pedro, un loco de traje muy sucio y corbata, que siempre eran de muchos colorines y muy largas. Siempre repetía el mismo estribillo “Piedrín, que le dijo el padre al hijo”, Los niños que pululaban por aquellos años cerca del hospital, le hacían esta pregunta y el muy solemne les contestaba “si no tiene que fumar que fume el pijo”. Lo que era muy celebrado por los niños.
Nava (tal vez  este apodo se lo habían puesto por ser oriundo de Nava), había sido ferroviario y repetía siempre el mismo estribillo: La entrada y salida de los trenes. ”El tren con destino Gijón, va a hacer su salida por vía 1 anden 1”  Todo el tiempo  decía lo mismo.
El administrador del Hospital psiquiátrico se apellidaba Brun (un hijo de él fue el publicista), este señor era todo un personaje,  vivía con su familia muy cerca de la entrada de hospital y detrás de la Iglesia.
El sr. Brun tenía tres hijos, un hombre que se fue a Francia, se casa con una señora (muy insulsa  de la Tenderina). Una de las hijas era un poco cogita que disimulaba muy bien, y años después llego a trabajar en la Diputación provincial de Oviedo.
¿Cómo era el Barrio?
El Barrio era desde Bermúdez de Castro, llamado a su vez campo de los Reyes,   y la carretera del Villar. Siendo una vida intensa entre las calles Fernández Ladreda y el hospital psiquiátrico, formando una L invertida hacia Pontón de Vaqueros que tenía por aquel entonces 224 habitantes.
Entre las esquinas de Bermúdez de Castro y la avenida del mar, se encontraba un edificio de varias plantas cuyo propietario era Luis Trabanco. En los bajos de ese inmueble se encontraban las cocheras de los tranvías que circulaban por Oviedo y después serían los garajes de los autobuses de Traval.   
El tranvía eléctrico, que se instaló en el año de 1919, supuso una buena ocasión para el extrarradio y dio buena vida a la creación de nuevos barrios y terrenos que hasta entonces se consideraban alejados de Oviedo redondo. Con ello surge un grupo de viviendas, el más madrugador del nuevo concepto, llamado no ya a cumplir lo de “casas baratas”, sino a hace casas dignas para profesionales de clase media, según modelos arquitectónicos y urbanísticos que, de haber prosperado, hubieran dado lugar a un Oviedo nuevo. Por un lado no prosperaron lo suficiente, quizás partidos por la guerra, y por otro, el desarrollo mal entendido se encargó de hacerlos desaparecer, en general. Ese grupo fue el de la llamada “Colonia de la Prensa” en el campo de los Reyes, cerca de las cocheras del tranvía.
El campo de los Reyes, ha quedado en nada, adsorbida su personalidad e incluso su nombre, se ha quedado en nada, absorbida su personalidad e incluso el nombre, ya que sólo recuerdan por allí los naturales y vecinos de viejo cuño, que señalan como aquello era campo de los Reyes a partir de la vía del ferrocarril.
El campo del que hablamos, se busca de Bermúdez de Castro adelante, siempre con la esperanza de encontrar los restos de alguna de las quintas y fincas de recreo que por allí hubo. Cuando se dio el nombre del general Bermúdez de Castro a aquella zona, en 1920, se razonaba la nueva calle, entonces trazada entre prados, anunciando que:
“en día no lejano será de las más importantes vías de la ciudad y que principia en la entrada del actual seminario y futuro cuartel de infantería para terminar en el punto mismo del campo de los Reyes en el que se inicia la carretera a Ventanielles…”  
El Seminario que iba a convertirse en Cuartel es lo que ahora es el Campus del Milán, con lo que demuestran el poco arraigo y solera de ese nombre de Milán en la ciudad, siendo aquello primitivo campo de Santullano, que hubiera sido un bonito nombre para el campo.  
El campo de los Reyes estaba desarbolado y cercado, llegó a fines del siglo XIX con 55 casas y 522 habitantes , ya en trance de perder su personalidad a cambio de nada, es  decir, a cambio de convertirse en un barrio vulgar como lo es ahora, en el que sólo algunas casitas de planta baja y piso, nos recuerdan, todavía el aspecto de posguerra, cuando por allí había sosiego y espacio para sembrar rosales de mayo y fruta de verano.
Los personajes  más pintorescos del barrio eran: Bar Casa Faldetes, cuyo propietario era José Valdés, diputado por el tercio familiar de la diputación provincial de Oviedo.
Este establecimiento era, Bar, lagar de Sidra,( en la que se encontraban algunas pipas de sidra, las que estaban vacías), también era fábrica de licores (casi al final de la finca, que era un lugar tétrico y oscuro y los chicos de aquella época tenían miedo de entrar  por aquellos vericuetos donde años antes se había fabricado él licor. Cerca había un jego de la llave y de la rana.
El juego de la llave consiste en lanzar desde la distancia establecida los pellos con el objeto de golpear la llave o chave.
El juego de la rana,  es un juego de lanzamiento de precisión múltiple, donde se intenta introducir un determinado número de fichas o discos de hierro ( "tejos" en España) o de bronce (en Perú y Argentina) en los múltiples agujeros que existen en la mesa de la rana. Algunos de ellos tienen obstáculos que dificultan la precisión del lanzamiento. Las partidas se suelen celebrar a diez tiradas. Si la moneda entra en la boca de ahumada gana 500 puntos.
Detrás del Bar había una explanada donde los niños y los nietos de Faldetes jugaban a los bandidos.
 En la época de la Ascensión, como el mercado de ganado de realizaba cerca del bar, y no habiendo muchos medios de locomoción, los interesados llegaban en “charrettes ”  tiradas por caballos, los que eran guardados, en esa explanada y conducidos  por sus propios “charretier”. Y a la hora de comer el bar estaba de bote en bote. Me imagino que en sus mesas se habrán realizado muchas e importantes transacciones comerciales para aquella época.
Desde los tiempos de su fundación por Máximo y Fromestano en 761 hasta bien entrado el siglo XVIII, que marcó el ingreso de la ciudad en la modernidad ideológica y económica, Oviedo vivió una relación simbiótica con el campo circundante. El paisaje de aquellos siglos resultaría irreconocible para un observador contemporáneo, puesto que en los bosques que rodeaban la ciudad se alzaban numerosos robledales cuyos frutos servían de pasto a las piaras que, procedentes de las aldeas vecinas y lejanas, se traían a las numerosas ferias que se organizaban en el recinto urbano, donde un abigarrado caserío se apiñaba contra la muralla.
Será a partir del segundo tercio del siglo XIX cuando se pueda hablar de una transformación acelerada del paisaje ovetense en el conjunto del municipio, área urbana y zonas rurales. Las razones serán de muy diversa índole, pero todos los procesos: confirmación de la capitalidad regional en 1833; la desamortización con sus enormes transferencias de propiedad y cambio de uso en tierras y edificios; derribo de la muralla; eclosión del trabajo industrial... acabaron convergiendo en la radical transformación de la morfología municipal. Los prados y tierras de labor sustituyeron definitivamente al bosque autóctono porque los ganaderos, al orientarse hacia la producción de leche para atender la demanda en expansión de una población creciente, intensificaron la ocupación del territorio al incrementar la superficie agrícola aprovechada.
Nuestro observador contemporáneo, al que aludíamos más arriba, si quisiera hacerse una idea románticamente precisa del aspecto que presentaba el municipio a finales del XIX, siempre puede recurrir a la prosa de Leopoldo Alas Clarín ya que, cuando se viaja al pasado, siempre es mejor hacerlo a hombros de gigantes: «Empezaba el Otoño. Los prados renacían, la yerba había crecido fresca y vigorosa con las últimas lluvias de Septiembre. Los castañedos, robledales y pomares que en hondonadas y laderas se extendían sembrados por el ancho valle, se destacaban sobre prados y maizales con tonos obscuros; la paja del trigo, escasa, amarilleaba entre tanta verdura. Las casas de labranza y algunas quintas de recreo, blancas todas, esparcidas por sierra y valle reflejaban la luz como espejos. Aquel verde esplendoroso con tornasoles dorados y de plata, se apagaba en la sierra, como si cubriera su falda y su cumbre la sombra de una nube invisible, y un tinte rojizo aparecía entre las calvicies de la vegetación, menos vigorosa y variada que en el valle».
El Bar Paris, era una sidrería,  propiedad de una familia muy apreciada en el barrio, se ubicaba en la esquina de la Avda. de Bermúdez de Castro y la Calle Villar. Años más tarde esta antigua sidrería, fue trasladada a la Avda. del mar, donde todavía funciona atendida por los descendientes de los primeros propietarios.
Curiosamente Manolo, su dueño había ideado una distracción para los meses del Verano. Contrataba actuaciones de malabaristas, magos, equilibristas y demás para esparcimiento de los clientes y público en general. Estos actos se realizaban a la entrada del establecimiento, siendo el único pago de entrada el que cada una de las personas que asistía llevara su silla.
Tiendas de Abarrotes y Comestibles  
Casa Cándida, que vendía toda clase de alimentos, entre ellos el aceite por cuartillos. La dependienta llevaba una libreta donde anotaba lo que le vendía a cada parroquiano y al final del mes, se lo pagaba.
Casa La Potera, una frutería. Consuelo era la encargada de llevar toda esta mercancía al psiquiátrico, ella solía subir esa cuesta descalza con todas las canastas de productos llevándolas en las manos y hasta en la cabeza.
Por aquella época como sensación llego un familia gallega, que puso una tienda de comestibles  (el padre fontanero, que hacía chapuzas a domicilio), ellos se integraron  muy bien a la vida del barrio, pero los vecinos siempre los vieron con cierto recelo.
Un poco más allá, se encontraba un edificio en la que había una casa de citas llamada “Casa Marcela”, por donde en aquel entonces me imagino que pasarían muchos personajes de aquel Oviedo que se fue.   
Merece citar con un punto y aparte a los talleres Pedregal, que estaban ubicados entre la Avda. del Mar y Bermúdez de Castro. Eran tres hermanos: Pepe, Paco y Alfredo, que residía en Venezuela). El mecánico era Pepe Pedregal, que había dejado los talleres del Vasco, para poner junto con su hermano Paco, quien llevaba la administración del taller. Era un taller donde casi todos los “aiga” que venían de América, solían pasar para su revisión rutinaria.
La madre  que era viuda trabajaba en “Camilo de Blas”,  una confitería fundada en 1827 en León, por don Camilo de Blas Heras. Desde los inicios de su historia tiene como actividad principal la venta de productos de confitería, y como actividad secundaría la venta de delicatessen y productos gourmet.
En febrero de 1914 se abre la primera confitería Camilo de Blas en Oviedo, instalado el obrador en el número 21 de la calle Jovellanos. Al año siguiente se inaugura la confitería Camilo de Blas en Gijón, situada en el Paseo de Begoña nº 30.
Entre 1920 y 1923, D. José de Blas indica a su maestro obrador D. José Gutiérrez, la creación de un dulce que se identifique con los ovetenses. Este dulce será conocido como "carbayones", que es un pastel de almendra y yema bautizado con el gentilicio popular de los ovetenses. Se creó en esta casa para acudir junto con los dulces conocidos como "duquesitas" a la primera Feria de Muestras de Asturias celebrada en Gijón en 1924.
En 1929 la confitería sufrió uno de los mayores incendios sucedidos en un área comercial en Asturias.
La fama de la confitería puede verse por ejemplo, en el hecho de que el escritor Luis Junceda, ganador del premio Ciudad de Murcia de 1969, mencione tanto a la confitería como a su producto estrella, los carbayones.
Entre 1982 y 1986 la confitería Camilo de Blas dio el salto a la gran pantalla, siendo escenario del rodaje de la película «¡Jo, papá!». En este mismo periodo, la confitería se convierte en un improvisado plató, donde se rueda un programa dedicado al consumo, en el que se sigue, paso a paso, la elaboración del turrón artesano.
Camilo de Blas se convirtió en plató cinematográfico para la película 'Vicky Cristina Barcelona' de Woody Allen.
La actriz estadounidense Gwyneth Paltrow ha recorrido España, en compañía del chef Mario Batali y el crítico gastronómico Mark Bittman, para dar a conocer lo mejor de la gastronomía y la cultura del país, en un viaje que se plasmará en la serie de televisión "Spain on the road again", presentando la elaboración de los carbayones en el capítulo 10.
En el año 1989 la confitería cumplio el 75 aniversario de la apertura del establecimiento ovetense, celebrando la confitería sus bodas de diamante.
Una de las normas distintivas de la casa es el escrupuloso respeto por la calidad de los ingredientes y la bondad de las tradiciones. Conserva aún los mostradores originales de mármol de Carrara de su primera apertura.

La Sra. viuda de Pedregal, solía tener en su casa pastas, que cuando los niños iban a visitar el taller de sus hijos les obsequiaba golosinas. 
Los niños que vivían cerca solían frecuentar el taller y allí muchos de ellos aprendieron mecánica y a conducir coches. 
El taller de los Pedregal fue en Oviedo el Primer concesionario autorizado para dar servicio a los camiones de firma Barreiros.
Su hijo Alfredo, que vivía en Venezuela, quien había hecho fortuna en las Américas, vino a casarse con una ovetense, que también ayudo a la construcción de un edificio de cuatro plantas en el mismo terreno donde se encontraba el garaje.
También existía cerca del garaje una (calle sin salida) llamada la calleja de la República  en la que, había  una carbonería que abastecía a las distintas necesidades del tiempo.
Aquel era un barrio muy humilde del que salieron grandes personajes que incursionaron en los distintos campos de la vida, como el futbolista Enrique Castro  González “Quini” nació el 23 de septiembre de 1949 en Oviedo,” Mi andadura por el fútbol, aunque parezca un tópico, comenzó prácticamente desde que nací.  Jugando la pelota con mis amigos en la calle. Pero puedo decir que comencé a jugar en "un equipo" cuando formé parte de los infantiles del Colegio de los Salesianos. [...] Mi primer campo de fútbol fue "La Carbonilla", que como su nombre indica, era de carbón fino esparcido por encima del duro terreno.
Quini vivió en la capital asturiana, en una casa propiedad de su abuela, hasta los cinco años, momento en que la familia se trasladó a vivir a Avilés, merced a la concesión de una vivienda en el poblado de Llaranes, construido para los trabajadores de la empresa Ensidesa, en la que trabajaba su padre. Allí discurrió su infancia y adolescencia.
Fue el primero de los tres hijos de Enrique Castro —cuyo apodo, Quini, heredó— y María Elena González. Sus hermanos son Jesús, que fue portero del Real Sporting de Gijón durante diecisiete años y falleció ahogado en 1993 en la playa de Amió, situada en la localidad cántabra de Pachón; y Rafael, Falo, que jugó también de guardameta en el Sporting de Gijón Atlético, filial del equipo gijonés.
Estudió en el Colegio de los Padres Salesianos de Llaranes, donde comenzó su carrera futbolística. Jugó en el equipo del colegio, el Grupo Deportivo Bosco.
En edad juvenil pasó a engrosar las filas del Bosco Ensidesa.:
“Con el Bosco jugábamos en uno de los campos que recibían el nombre de "La Toba"; ya teníamos césped y a mí me parecía un magnífico estadio; su principal inconveniente era que en invierno [...] se embarraba…”
Su carrera futbolística comenzó a ser prometedora y le resultaba difícil compaginarla con sus estudios y proyectos de futuro laboral, viéndose obligado a dejar la escuela de aprendices de Ensidesa, primero, y la empresa Montajes del Tera, a la que había entrado con la intención de aprender el oficio de soldador…

Es uno de los más grandes futbolistas asturianos, nacido en humilde barrio de esta vetusta y literaria ciudad de Oviedo, cuna de otros grandes hombres que se destacaron en otras facetas de la vida.

domingo, 25 de agosto de 2013

DEL VIEJO MRCADO DEL PROGRESO A LA JIRAFA

Cuando en el mes de mayo de 1968  llegue a Oviedo,  lo primero que vi después de salir, de la hoy vieja estación del Alsa, con lo primero que me encontre fue con el Teatro Campoamor, que yo recordaba muy bien, porque en 1954 habíamos estado toda la familia de vacaciones en España y pasamos algunas semanas hospedados en el Hostal La Paloma cuyos propietarios eran del Concejo de Salas.
Durante esas semanas nos ocupamos de recorrer aquel Oviedo de esos años, y según recuerdo era más oscuro, por el  humo de las calefacciones de carbón durante tantos años. Me recuerdo que a mi hermano y a mí, todo nos llamaba la atención, como es el caso de este mercado que se encontraba en el mismo centro de Oviedo, y al costado del Teatro Campoamor.
Lo único que me recuerdo de aquellos años, lo que hoy es la calle Alonso Quintanilla había una especie de escaleras que se unían con la calle 19 de Julio.  
En la calle 19 de Julio, delante del Café Tropical tenían su parada los Autos Luarca (hoy Alsa). Estos viejos autobuses llegaban por aquel entonces hasta Cangas del Narcea. Con el transcurrir de los años estas se han convertido en una gran flota que van por todo Europa ¡ Quien lo iba a decir!.
Cruzando la calle Pelayo siempre nos encontramos una mole única que ocupa toda la acera. Primero fue la huerta del convento de Santa Clara, cuyos muros se derribaron en 1845, para luego dar dar cabida al Mercado del Progreso y más tarde la «Jirafa».
Es muy posible que ese mercado naciera, al lado del teatro Campoamor, en sitio equivocado, siempre demasiado céntrico para cobijar a las mujeres de pañuelo en la cabeza y goxa repleta.
El viejo convento franciscano femenino de Santa Clara acabó siendo sede de la Delegación de Hacienda, quizá por prolongar lo de las órdenes mendicantes y, tras enconada polémica que dio nacimiento a los «Clarisos», documentados defensores del patrimonio local, ese que tradicionalmente se dejó empobrecer para luego destruir, y de ello hay muchos ejemplos, es ahora edificio yeyé, «que ni ye antiguo ni ye moderno».

Durante siglos, los ovetenses hacían sus compras de alimentación en los puestos que se repartían por toda la ciudad, regulados por las ordenanzas municipales, que señalaban los espacios para cada producto. La plaza del Fontán y la de Trascorrales fueron modelos de mercados cubiertos, que se rodeaban de puestos al aire libre, las llamadas «tiendas del aire».
A mediados del siglo XIX nadie imaginaba que la ciudad iba a crecer hacia el Naranco, y cuando así fue, toda aquella zona se hizo pronto comercial por excelencia y por allí se proyectó y se hizo un mercado, en terrenos que habían sido huerta del cercano convento de Santa Clara, lo mismo que ocurrió con el teatro Campoamor, contiguo al mercado, que tomó el expresivo nombre de El Progreso, en una ciudad que, efectivamente, progresaba. El arquitecto Aguirre, que era provincial, proyectó un mercado en gran medida como el 19 de Octubre, pero teniendo en cuenta las diferencias del solar, ya que el 19 de Octubre iba adosado a la iglesia de San Isidoro, en lo que había sido su colegio, cuando era el jesuítico de San Matías, y aquél sería un edificio exento y de planta triangular. La forma del terreno, entre la calle Pelayo y el paseo de Santa Clara, se complicaba con la necesidad de respetar una instalación eléctrica que ya estaba.
La nave larga medía 66 metros y daba a la calle Pelayo, y la nave corta, que forma la T, 22. Ambas medían 14 metros de ancho. Había tres puertas, dos a cada lado de la nave larga y otra en el medio. Como el terreno, cosa muy ovetense, no era perfectamente llano, se respetó la línea del teatro Campoamor y las diferencias se salvaron con peldaños.
El hierro, procedente de la Fábrica de Mieres, fue el material fundamental, junto con el vidrio, y había un zócalo de ladrillo visto y cantería.
El mercado de El Progreso, situado en el centro del Oviedo nuevo, al lado del teatro principal, en contraposición con el viejo teatro del Fontán, cumplió una gran función social, como paseo, y vivificó todo el comercio de los alrededores, que se anunciaba como cercano a El Progreso.
El Mercado del Progreso acabó pereciendo víctima de su propio nombre. El mismo progreso urbano que lo vio nacer acabó con él, cuando, maltrecho por las heridas de guerra, fue derribado en 1950 para levantar en su solar la altaricona «Jirafa», imagen de un Oviedo nuevo que entendía así el progreso.

Como tantas cosas de la ciudad, sufrió mucho en la guerra y ya no volvió a ejercer como mercado, y durante un tiempo dedicó su espacio, lo mismo que el de Santa Clara, a cancha de bolos, en una ciudad muy aficionada a ellos. El Progreso, como bolera, y en Santa Clara, para baloncesto. Entre 1950 y 1953 se derribó para hacer en su lugar el edificio que pronto el ingenio local bautizó como «La Jirafa».
En el nuevo edificio, la «Jirafa», se establecieron, comercios que llegaron hasta la última reforma, en la que el hotel La Jirafa y la sede central de Correos desaparecieron.



sábado, 24 de agosto de 2013

LOS MIGRANTES QUE DECIDAN RETORNAR AL PAIS PODRÁN ACCEDER A CRÉDITOS

De acuerdo con el reglamento de la Ley de Inserción Económica, que fue publicado en el Diario Oficial El Peruano, los compatriotas que retornen al país podrán acceder a créditos para impulsar negocios en el Perú.

Mediante el reglamento que precisa los incentivos tributarios y las acciones de apoyo que se deberán desarrollar en favor de los retornados y sus familias se establece que las entidades estatales de acceso a créditos incorporarán en sus planes la información y asistencia al migrante.

Estos compatriotas tendrán derecho también a créditos educativos y a becas de posgrado, con apoyo del Programa Nacional de Becas y Crédito Educativo (Pronabec).

En los procesos de convocatorias a becas de posgrado, el Pronabec otorgará un punto de bonificación adicional sobre la calificación final a los postulantes que acrediten su condición de migrantes retornados.

Además, se les reconocerán los grados y títulos académicos obtenidos en el exterior y podrán acceder a capacitación laboral para el autoempleo o el emprendimiento. Para ello, deberán certificar la formación profesional que recibieron.

El migrante retornado  podrá acceder a seguros y atención psicológica y de salud pública, así como a programas para adquirir una vivienda o mejorarla con los productos financieros del Fondo Mivivienda.