domingo, 28 de junio de 2015

EL ABURRIMIENTO Y LA FELICIDAD FENOMENOS DE LA CIUDAD Y DE LA ORBE

Tanto el aburrimiento cuanto la búsqueda de la felicidad son fenómenos propios de la ciudad y de la urbe. En las culturas primitivas, esto es, en las culturas que no han conocido la Revolución Urbana, la gente no se aburre ni tampoco busca la felicidad. Lo que la mayoría de ciudadanos y urbícolas ha querido siempre y quiere ahora es el bienestar o un cierto bienestar, pero no la felicidad. Tampoco les ha preocupado el aburrimiento, porque la verdad es que nos comenzamos a aburrir muy tardíamente, con el advenimiento del Romanticismo, o sea a partir del siglo XIX. Sin embargo, en el último tercio del siglo XX, con la llegada de la Posmodernidad, nos comenzamos a desaburrir por la multiplicación incesante de estímulos y la creciente extraversión que iba caracterizando a los urbícolas y que permitiría el disfrute de una felicidad cibernética y digital.
Lo malo es que esta felicidad se logra a expensas de nuestro mundo interior, que inevitablemente se empobrece y reduce convirtiéndose generalmente en una dentrura insignificante.
Nunca, como ahora, ha habido tantos estímulos ni tantos medios para combatir el aburrimiento, y sin embargo, nunca ha habido tanta pobreza de vida interior ni han sido los seres humanos tan incapaces de ensimismarse o sumirse o recogerse en la propia intimidad, desentendiéndose del mundo exterior.
Lo opuesto al ensimismamiento es la     alteración o estado de inquieta atención a lo exterior, sin sosiego ni intimidad. Nuestra época es la más alterada y la menos ensimismada.
Hoy está perfectamente averiguado que la aversión a los ofidios no es en el ser humano aprendida, sino innata, vale decir, inherente y consubstancial. Sentimos naturalmente mucho recelo y gran inquietud y franco rechazo si se nos cruza en el camino una serpiente o una culebra, o si vemos que se nos acerca. 
La ofidiofobia es pues una aversión que nos viene de fábrica, una fobia connatural, un rechazo inaprendido. En cambio, la ofidiolatría o culto de las serpientes es creación cultural o producto facticio (no ficticio), esto es, no-natural.
Lo primero, la ofidiofobia, es Naturaleza. Lo segundo, la ofidiolatría, es Artificialeza o Cultura.
Si le llevásemos siempre el apunte a la Academia, entonces tendríamos que decir ofiolatría, formación etimológica, es verdad, pero voz disonante que me niego a usar. Nunca diré tampoco ofiofobia, porque sería un atentado contra la eufonía. En el DRAE no consta felizmente semejante palabra.


sábado, 27 de junio de 2015

LA CORBATA, UNA PRENDA MUY NECESARIA EN TODO LUGAR


Esta mañana al leer el periódico he  leído un artículo de Francisco Sosa Wagner, en la que habla de los hombres que no usan corbata, principalmente los políticos que son los más aficionados desde hace algunos años al “sincorbatismo”.
En mi época de estudiante en la Universidad Católica de Lima, había que ir a clase con traje y corbata, lo mismo pasaba en cualquier Universidad del mundo, donde tienes que ir decentemente vestido.
Recuerdo en la Facultad de Derecho de Oviedo, como los alumnos teníamos que ir elegantemente vestidos, porque si no el  catedrático te invitaba a dejar el aula. Eso me paso una vez en la facultad, por el verano, faltaban algunas clases para terminar la asignatura de Derecho Civil, y  el catedrático quedo en dar unas clases durante las dos primeras semanas del mes de julio. Como hacía calor, yo me presente en clase en mangas de camisa, al verme el profesor en esas trazas, me invito a salir de clase. Como yo no me daba cuenta porque me había echado de clase, lo esperé a la salida y le pregunte cortésmente, porque me había expulsado. Me contesto muy cariñosamente, que debía asistir bien vestido a las clases, y con corbata, aunque hiciera mucho calor. Le agradecí, la explicación y al día siguiente volví a clase elegante y con corbata. Aprendí a que siempre debemos de ir a cualquier acto correctamente ataviados.
El nombre de corbata, viene del italiano, corvatta o cravatta, derivado de "croata". El origen data del año 1660, cuando los jinetes del ejército croata usaban pañuelos de colores al cuello.
Existen al menos dos tipos de corbatas, la larga que es el tipo más usual en nuestros días y la corta o "de moño". En la actualidad, es complemento de la camisa y el traje. La corbata consiste en una tira, generalmente hecha de seda o de otro material que se anuda o enlaza alrededor del cuello, dejando caer sus extremos, con fines estéticos. Es por lo general de uso masculino. El uso de la corbata se origina con el objetivo de cubrir los botones de la camisa.
Los egipcios y los romanos, de las clases bajas solían anudarse al cuello una soga con un buen tejido de forma triangular, y los legionarios romanos llevaban algo similar a la corbata, llamada focale. En la buena sociedad según Séneca, Quintiliano y Horacio, se podía considerar un riesgo dejar el cuello descubierto, así que el focale lo llevaban las mujeres, las personas que tenían problemas de salud y los oradores, para proteger sus cuerdas vocales.
La Revolución Francesa, la fecha de nacimiento de la actual corbata se remonta a la segunda mitad del siglo XVII, con la llegada a Francia de los mercenarios croatas. Con su traje tradicional llevaban un pedazo de tela blanca, que llamaban 'hrvatska' (es decir: Croacia en idioma croata). La anudaban formando una rosita y dejando colgar las extremidades encima del pecho. La croatta les gustó mucho a los franceses que la adoptaron y llamaron cravate y luego la difundieron en todo el mundo. 
Hacia el final del siglo XVII se impuso la costumbre de anudar suavemente la corbata al cuello, con las dos extremidades enhebradas en un ojal de la chaqueta o fijados con un broche. Durante la revolución francesa, la corbata se volvió un verdadero status-symbol y por primera vez adquirió un valor político: el revolucionario la llevaba negra, mientras el contrarrevolucionario se la ponía blanca.
En los siglos XIX y XX Vino, luego, el momento de los incroyables, gente elegante y extravagante cuya corbata tenía enormes dimensiones y llegaba casi a esconder la barbilla y el labio inferior. Fue importante en este periodo la persona de Lord Brummel que para anudarse su corbata necesitaba la ayuda de dos mozos. Él mismo introdujo el empleo del almidón, para que mantuviera su rigidez. En los primeros años del siglo XIX la forma de la corbata empezó a acercarse a la actual, aunque fuera más voluminosa y existieran sólo tres colores: gris, negro y blanco. La moda había empezado a homologarse con algunas excepciones como el tipo lavallière, caracterizada por dos partes iguales en ancho y largo, que se volvió el emblema de los artistas y de los revolucionarios.]
Con la reducción de las dimensiones del cuello de la camisa, para anudar la corbata, se hacía un sólo giro alrededor del mismo. Fueron aquéllos los años en los cuales la corbata se difundió en todo el mundo. Las más típicas eran el nudo (o corbata larga), la galla (o papillón) y el plastron (ascot, o bufanda a la inglesa).
En época de Napoleón, éste llevaba siempre corbata negra con borde blanco, hasta que la mañana del 18 de junio de 1815 decidió cambiarse de corbata, perdiendo ese día labatalla de Waterloo, según indica el señor Beausset, prefecto de palacio. A partir de este momento, el arte de anudarse al cuello un pedazo de tela se ha convertido en el signo más elegante de vestir del hombre. Ya en L'Art De Se Mettre La Cravatte, publicado en París en 1827 y atribuido a Honorato de Balzac, se pone de manifiesto la importancia de esa prenda.  
Existen 22  diferentes tipos de nudos. Los más conocidos son el nudo inglés y el nudo francés, diferenciándose entre ellos únicamente en que para el francés hay que dar una vuelta adicional a la tela, generándose un nudo más voluminoso y considerado generalmente como más elegante.
Existen distintas maneras de anudar la corbata: nudo simple, nudo doble simple, nudo de corbata Widsor, nudo trinidad, nudo Pratt, nudo ediety
Las precursoras de las corbatas tal y como las conocemos hoy día, son las que se usaban en clubes y colegios, por ejemplo, en 1880, los miembros de la Universidad de Oxford se ataban las cintas de los sombreros, alrededor del cuello. Así, el mismo 25 de junio de 1880, se creó la primera corbata del club, que confeccionara esta prenda con los colores correspondientes. De esta manera, la idea se fue propagando en los otros clubes, universidades y colegios.
La corbata moderna existe, en su forma actual, desde 1924, ya que alguien llamado Jesse Langsdorf, encontró una manera de cortar la corbata con el menor desperdicio posible de tela, y la solución fue trazar un ángulo de 45 grados en la trayectoria del dibujo. Además, la seda no la cortó en una sola pieza, sino en tres, que se cosían luego en otro proceso. Patentó su invento y más tarde lo vendió en todo el mundo. Hoy en día, la mayoría de las corbatas se confeccionan de esta manera.
Antaño, en determinados locales, no se dejaba entrar si no era con corbata. Recuerdo que a la Universidad, tenías que ir elegantemente vestido y con su correspondiente corbata. Sino el mismo catedrático, te llamaba la atención y te hacia abandonar el aula.
Esto también sucedía en los casinos, más elegantes de Europa “esos que tenían un ambiente intenso, con historial de crímenes, espionaje y mujeres con cuchillos por mirada, y ello tenía su sentido porque era una forma de asegurarse que si el jugador se arruinaba, le quedaba la corbata como testimonio último de su orgullo  perdido”. En la actualidad ya no te exigen que lleves esta prenda, y se advierte el deterioro estético que ello ha supuesto.
Quien lleva chaqueta y camisa convencional, si le falta la corbata, es como si a don quijote le quitamos la lanza.
La corbata en la actualidad es utilizada dependiendo el ámbito, por ejemplo en empresas relacionadas a tecnología o empresas lideradas por personas jóvenes no suele utilizarse mientras que en otros ámbitos como la justicia es la regla. Por ejemplo, un caso que llama la atención es que en la provincia de Chubut (Argentina) el Tribunal Superior de Justicia determinó la obligatoriedad de la utilización de corbatas en audiencias judiciales.

Cada una de ellas identifica personajes  diferenciados: el elegante, el opositor, el apresurado, el calmoso, el infantil, el náufrago de la vida, el banquero, el ilusionista, el rutinario. “Es decir, que la corbata es un tratado de psicología resumido y la prueba de su necesidad es que los modernos que prescinden de ella recurren a los pañuelos, que fueron emblema de algunos simbolistas del pasado y despúes han sido patrimonio de señoras finas y algunas descuidadas.  

viernes, 26 de junio de 2015

CUANDO CONOCI EN LIMA A DON JUAN MEJÍA BACA BACA

Hace muchos años, en uno de mis viajes a mi tierra, mi amigo el pintor Francisco Espinosa Dueñas, que por aquellos años había asistido a un homenaje que se le tributo a César Vallejo, en Oviedo, organizado por la Casa del Perú en Asturias. Espinosa me pidió que le llevara una carta a su amigo Juan Mejía Baca. Yo había oído hablar mucho de ese señor, pero no lo conocía. Es así que al llegar a Lima, al día siguiente lo llame para saludarlo y comunicarle que le traía un encargo de su amigo Espinosa residente en Burgos, quedamos en que pasaría al día siguiente por la mañana.
Esa mañana limeña fría y con garúa, me fui a su tienda- librería, en el jirón Azángaro, junto a una panadería “Los Huérfanos”. Me recibió él mismo, un señor, bajo, de pelo entrecano y vestido de negro, como si fuera un enterrador. Me invito a que pasara a su despacho, que tenía un escritorio muy grande, donde se encontraban gran cantidad de libros y muchas hojas escritas a máquina, (que era lo único que había por aquella época). Allí estuvimos conversando durante algunas horas de las obras que editaba. Me contó muchas anécdotas de los escritores que pasaban por su tienda-librería; también me enseño algunos libros raros que guardaba muy bien en cajones con llave. Creo recordar que le compre algún libro que me interesaba. Me di cuenta que Juan Mejía Baca desempeñaba, un papel importante en la literatura peruana del siglo XX. No era un escritor y consideraba  que saber leer es más difícil que escribir un libro.
Siempre fui un lector", dice. "De lector pasé a librero, y de librero, a editor. Es casi lo mismo, es sólo como subir una grada; luego pasé a la Biblioteca Nacional. No quiero decir que esto sea una carrera o un camino: ha sido sólo mi vida"
Juan Mejía Baca era chiclayano (1912). Cursos sus estudios escolares en el Colegio Nacional San José de Chiclayo. En 1929 se trasladó a Lima, donde inició estudios de Medicina en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, que interrumpió en el tercer año, para luego seguir Letras y Ciencias Políticas, los que tampoco culminó.
Antes de ser librero, se dedicó a la música, a tocar piano y sobre todo violín. Esa condición, contó alguna vez, le permitió “estar tanto en piso de tierra como en piso de mármol”. Conoció a mucha gente y confesó que como músico ganó más dinero que en ninguna actividad posterior. Sus proezas como músico es que reemplazó a Alfonso de Silva, amigo de Vallejo, en una orquesta de tango. También acompañó a Libertad Lamarque en Lima, en 1934.

Se inició estudiando Medicina en San Marcos, lo dejó para dedicarse a las Letras. No terminó ninguna. 
"No solamente por razones universitarias, sino como lector que fui toda mi vida, me relacioné desde mi llegada a Lima de Chiclayo, en 1930, con escritores e intelectuales. Si no fue por la universidad fue por la alcahuetería de la musiquita, que me permitía estar tanto en piso de tierra como en piso de mármol, que me relacioné con todo tipo de gente. Como músico gané más dinero que en ninguna actividad posterior".
Juan Mejía Baca, tenía su librería en la calle Huérfanos, hoy Azángaro, en realidad era un centro de tertulia al que llegaban no solo sus viejos amigos escritores, sino también jóvenes entusiastas de la literatura, que se convirtió en el centro de reunión de la intelectualidad local e incluso extranjera. Promovió los Festivales del Libro, publicando ediciones con tirajes de hasta 50 mil ejemplares. Se convirtió en editor de más de 140 escritores peruanos, bajo su propio riesgo. Uno de ellos fue el escritor Martín Adán, que fue a la vez su entrañable amigo. Esta labor editorial muy admirable permitió la difusión de la cultura a las clases populares.
Aunque poco le gustaba llamarse editor, sino librero, su trabajo fue el mismo. Llegó a editar a escritores como José María Arguedas, Enrique López Albújar, Jorge Basadre, Pablo Neruda, Ciro Alegría, solo para citar a algunos. Otro de ellos, por ejemplo, fue el poeta Martín Adán, de quien fue su albacea.
Su amor a los libros no solo lo convirtió, como él decía, en el partero de los escritores, sino también en un obstinado promotor de la lectura y del libro, tanto así que llegó a ser director de la Biblioteca Nacional del Perú en 1986. Y desde ese cargo nunca se cansó en gestionar, sueño que se hizo realidad, la nueva sede de la Biblioteca Nacional hoy en San Borja.
Cumplir su tarea de librero no le fue nada fácil. En los años sesenta, en el primer gobierno de Fernando Belaunde Terry, fue víctima de un abuso. Juan Mejía Baca había importado libros y desde el ministro del Interior, Luis Alva Orlandini, partió la orden de decomisarlos y luego quemarlos. Todo ello el librero lo cuenta en su libro Quema de Libros. Perú 67.
Juan Mejía Baca, dijo alguna vez: "El libro ha sido siempre muy importante para mí, tanto que me he permitido a través de él hacer una definición más del ser humano. El hombre es el único animal que lee. El loro puede hablar, el mono puede jugar, la hiena se ríe, pero no hay ningún animal que lea".
Mejía Baca ha vivido la literatura desde todos los flancos menos del de creador. Ha sido, ante todo, lector incansable; como librero no sólo logró siempre tener las últimas novedades de la literatura internacional y conseguir los libros más raros, sino convocar alrededor de su tienda una especie de tertulia constante, con sucursal en el café de la esquina, con los más destacados intelectuales peruanos de más de cuatro décadas.
“Yo les digo a mis amigos: es más fácil escribir un libro que leerlo. No es fácil iniciar el camino del saber leer. No sólo por los conocimientos que trae un libro, sino por la belleza. He tratado de demostrarlo con el ejercicio del oficio de librero y también como editor”. Como editor ha publicado a 145 autores peruanos, bajo su propio riesgo.  Con casi 77 años se propuso  hacer de la biblioteca un ente vivo. Asistió en Madrid al congreso sobre César Vallejo.
A partir de los años 1960 empezó a editar diccionarios y enciclopedias, entre ellos: Historia del Perú antiguo, en seis tomos, de Luis E. Valcárcel; Diccionario enciclopédico del Perú; Historia de la literatura peruana, en ocho tomos, de Luis Alberto Sánchez; Historia del Perú, de varios autores, en doce tomos; Obras completas de Haya de la Torre en seis tomos; Gran geografía del Perú, en ocho tomos.
Su invalorable labor a favor de la cultura le hizo merecedor de la Orden El Sol del Perú y las Palmas Magisteriales, bajo el primer gobierno de Fernando Belaunde Terry, pero no dudó en devolver estas condecoraciones en 1967, al enterarse de que un funcionario del Ministerio de Gobierno había ordenado la requisa y quema de libros considerados subversivos (entre los que se hallaban, insólitamente, obras como la “ La rebelión de las masas”, de José Ortega y Gasset). En esa ocasión, acuñó una célebre frase: «Para quemar un libro se necesitan sólo dos cosas: un libro y un imbécil».
Al cabo de 40 años de incansable labor decidió clausurar su librería. Poco después, ya bajo el primer gobierno de Alan García,, fue nombrado director de la Biblioteca Nacional (1986-1990). Desde el principio pugnó para que el gobierno prestara atención a dicha institución y no dudó en recurrir a la prensa televisada para denunciar el deplorable estado en que se hallaban parte de los libros y colecciones. Estrategia que dio resultado, pues el gobierno autorizó entonces una partida especial para la Biblioteca. También logró conseguir un terreno en el distrito de San Borja donde se alzaría la nueva sede del local.

Juan Mejía Baca decía: "Yo les digo a mis amigos: es más fácil escribir un libro que leerlo. No es fácil iniciar el camino del saber leer. No sólo por los conocimientos que trae un libro, sino por la belleza. He tratado de demostrarlo con el ejercicio del oficio de librero y también como editor. Yo he editado 145 autores peruanos hasta el momento. Nunca he recibido una peseta para financiar esto, y muchas de estas obras me han costado mucho dinero, que nunca he tenido ni he ambicionado tener. Porque tengo otra riqueza que no se devalúa, ni nadie se lo roba, ni tampoco se estatiza. En mi tierra, la gente tiene refranes de una gran sabiduría; dicen: 'Estando con salud, aunque uno se enferme'. La integridad es la salud, la enfermedad es transitoria".

miércoles, 24 de junio de 2015

PILTRAFAS, UNA JOYA LITERARIA

En mi último viaje a Lima, una mañana de verano, llegó muy temprano a casa mi amigo el anticuario Palomino, quien me traía, un libro pequeño, una verdadera joya literaria, escrita por Luis Aurelio Loayza, (1874-1952). En 1910, escribe “Piltrafas : cosas de mi tierra”, son coplas y romances sobre costumbres limeñas. Es autor de la novela “Una piel de serpiente”, en la que encara la falta de solidaridad entre los luchadores sindicales y los estudiantes universitarios. En 1974, Mosca Azul edita “El sol de Lima”.
Luis Aurelio Loayza fue predominantemente intuitivo, así también podemos citar a Clemente Palma, Angélica Palma, Florentino Al corta, Julio C. Tello y Hermilio Valdizán, ninguno de ellos compatible con nadie; dueños de su propio destino; entregados a labrar su propia obra. “Parece como que los miembros de los grupos modernistas hubiesen sentido juntos mayor soledad que los propios solitarios”.
La reliquia titulada “Piltrafas”, fue editada en Lima. El prólogo del mismo está escrito por Abelardo Gamarra Rondó,  apodado “El Tunante”, quien había nacido en Huamachuco, el 31 de agosto de 1857 y murió en Lima, el 9 de julio de 1924. También fue periodista, político y compositor.
Fue llamado por Ciro Alegría «el escritor del pueblo»  y «el escritor que con más pureza traduce y expresa a las provincias» por José Carlos Mariátegui. El 8 de marzo de 1879, Gamarra bautizó al baile nacional peruano como «marinera».
Volviendo al prólogo del libro, “el Tunante”, escribe: “Lo peculiar de un país, sentido y expresado con Arte”.
Mientras esa peculiaridad sea más característica, y mientras mejor sentida y mejor expresada sea su forma artística, más importante, será la obra que se realice, y mucho más artística su autor.
“De aquí se deduce que cada país tiene su criollismo, como tiene su vida y su fisonomía propia”.
Algunos creen que sólo lo vulgar es criollo, sin comprender que hay géneros criollos y que uno de esos géneros es lo vulgar, siempre que se presente con Arte.
Criollos han sido en la pintura, Pancho Fierro, el pintor más genial. En música, Melgar, padre de los yaravíes y letras suyas; de su guitarra y de su lira, que pulsaba a dúo.
En la comedia, Segura, el genial e incomparable.
“todo eso es desdeñado; pero que hagan la prueba de pintar como Pancho Fierro; de componer como Melgar y de hacer un “guasaquió” como don Manuel Asencio Segura, para lo que vean  lo que es cajeta”.
“Para ser gracioso decía Campoamor, se necesita más que para ser sabio, porque se necesita sabiduría y gracia…”.
La llamada gracia limeña ha sido como el alma del criollismo en la Capital: ha significado un don; un algo metido entre la calavera de hombres y mujeres de “aquesta” tierra, que a manera de chispa eléctrica, hiriendo en el blanco, le ha dado a la palabra o al pincel aquel no se que constitutivo de la difícil facilidad de Moratín.
Sigue diciendo Abelardo Gamarra “El Tunante”: De esa cuerda también fue el hermano mayor de Loayza: Jorge M. Loayza, criollo a las derechas, limeño de lo fino, con más facundia y sal de todo el estanco contemporáneo”.
“todos esos talentos; todas esas glorias, si hubieran podido desenvolverse en otro medio y con otros recursos, habrían producido obras y trabajos de aliento…”.
El patriarca del criollismo en el Perú, aunque no lo parezca, es don Ricardo Palma, que nos ha pintado toda la época colonial, en anécdotas e historietas, si bien vaciadas en el exquisito  molde del castellano de verdad, no por eso sin la “quimba” y el dicharachero, el modismo y demás “cumbiangas” de la lengua criolla. Vive y gusta por la gracia limeña, la finura y el desparpajo retozón, picaresco y de ribete liberal, que liberales  han sido, pese a quien pese, todos los escritores criollos , desde el patriarcas a Loayza, y allí está para prueba , la composición intencionada de este libro: “Ceniza”.
“No podemos dejar de mencionar, en este rápido recuerdo de nuestros escritores nacionales criollos, al “Murciélago”, Doctor Manuel Atanasio Fuentes, nuestro Voltaire peruano, tan fecundo como de tan variado talento, y un hombre docto en la extensión de la palabra; prosador y poeta de lo más correcto y elegante…”.
Fuentes fue un literato en forma y un escritor completo, ameno y profundo, correcto y muy variado.
Otro escritor criollo, que trabajo con arte, fue “El chico Terecio”, Pedro Antonio Varela; sus “Ocios del cronista” registran numerosos artículos de costumbres muy bien pintadas, y en su Teatro Microscópico” tiene poesías de inmejorable sabor criollo.
Pedro Antonio Varela  era un escritor muy cuidadoso de la forma y que conocía bien el manejo de la lengua.       
Astete fue un aerolito que apareció y desapareció en el cielo del criollismo, en buena prosa, como “Modesto”, el doctor Pasapera, hizo felices intentonas en el género.
“Así se ha caminado, cayendo y levantando: la literatura criolla, como la cocina criolla, ha ido desapareciendo sin florecimiento…”.
“Piltrafas” es un libro sin pretensiones, como que Loayza  es muy modesto; Piltrafas” tiene gracia limeña, que es lo que más importa, y aunque se resiente en la forma de no pocos descuidos; eso de la forma se corrije: lo que importa es la vena y eso le sobra a Loayza; le aplaudimos y lo felicitamos; es el número de los pocos y a fin de que las críticas que le salgan al encuentro no le disgusten : Traga la critica cual si fuera un remedio para preservarte del orgullo, para inmunizarte contra el veneno, que también se infiltrará en tu sangre de las alabanzas desmedidas de la ignorancia, del cariño, de la cortesía y del interés: acostúmbrate, acostúmbrate a tragar los sapos, hijo mío”.
“A cada crítica dura, nuestra primera pregunta no debe ser: ¿Qué tiene éste contra nosotros?; sino “¿tiene razón o no?”. Si la conciencia responde: “Tiene razón”, inclinemos la cabeza. Si nos contesta que no tiene razón, pensemos que las críticas injustas  son el necesario contrapeso a las muchas alabanzas que nuestra  misma conciencia rechazó, pero que halagaron a nuestro orgullo”.

“Si bien dijo el gran poeta: que la única manera de no sufrir por la crítica, es la de no tener uno idea muy elevada de sí mismo; que siempre es saludable tener idea de no valer mucho en propio concepto. Ir vestidos de blanco por un camino lleno de barro y pretender salir de él con la ropa limpia: pasearse desnudo por el bosque y pretender no herirse ni rasguñarse, es una extraña pretensión”.      

martes, 23 de junio de 2015

EL ESCRITOR Y DRAMATURGO MANUEL ASCENCIO SEGURA

Manuel Ascencio Segura y Cordero, escritor y dramaturgo peruano, representante importante del costumbrismo en los inicios de la literatura republicana. Es considerado como el creador del teatro nacional peruano, junto con Felipe Pardo y Aliaga (1806-1868), con quien a menudo polemizó. Destacó con sus comedias y sainetes costumbristas, que enriqueció con voces y giros populares. Mientras Felipe Pardo era un hombre de ideas aristocráticas y defensor de la colonia española, Segura representó los valores democráticos de la nueva sociedad peruana, lo que se refleja en el sabor criollo de sus comedias. Mestizo de clase media pobre, tenía una gran afinidad con lo popular y los nuevos grupos sociales que emergían en un país recientemente emancipado. En su honor, el Teatro Principal de Lima fue rebautizado con su nombre en 1929 (Teatro Segura).
Manuel Ascencio Segura,  nació en Lima un 23 de junio de 1805 y murió el 18 de octubre de 1871, Fue hijo del teniente del ejército español Juan Segura y de la dama limeña Manuela Cordero. Su familia paterna era oriunda de Huancavelica, la cual se hallaba ya instalada en Lima, entonces capital del Virreinato del Perú, residiendo en el muy criollo barrio de Santa Ana. Ala edad de 13 años a instigación de su padre, siguió la carrera militar enrolándose en el ejército realista como cadete.
Combatió al lado de los españoles y junto a su padre en la batalla de Ayacucho, la última de la guerra de la independencia (9 de diciembre de 1824). Derrotada la causa realista que defendían, los Segura se quedaron en el país, y el joven Manuel pasó a servir en las filas patriotas, alcanzando el grado de capitán del segundo batallón Zepita, acantonado en la ciudad de Jauja, en 1831. Eran los días del primer gobierno del general Agustín Gamarra, del que fue partidario.
Entre 1833 y 1834 Manuel A. Segura escribió su primera comedia, La Pepa, en la cual reprochaba la prepotencia de los militares, aunque no llegó a representarse ni a ser editada, debido a que su crítica implícita podía poner en peligro su carrera militar.
Durante los siguientes años, Segura se vio inmerso en las sucesivas guerras civiles de los inicios de la república. Fue seguidor de Felipe Santiago Salaverry bajo cuyo auspicio fue nombrado administrador de la aduana de Huacho.. Luego decidió trasladarse al sur, para combatir al lado de Salaverry contra la invasión boliviana de 1835. Derrotado su bando, fue hecho prisionero en Camaná y con dificultad salvó su vida. Instalada la Confederación Perú-Boliviana, permaneció marginado de la milicia. Derrotada la Confederación en 1839, fue nuevamente llamado por el general Gamarra para servir en el ejército, del cual se retiró definitivamente siendo Teniente Coronel de la Guardia Nacional, en 1842. Ya por entonces empezaba la anarquía en el país, que se prolongó hasta 1845. Segura pasó a engrosar la burocracia como empleado del Ministerio de Hacienda.


Por esos años, Segura escribió en diversos periódicos, como “El Comercio”' de Lima, del cual fue redactor. Allí publicó su única novela, “Gonzalo Pizarro”,  por entregas. En 1841 decidió dejar dicho diario para dedicarse a la edición de un periódico propio, titulado “La Bolsa”. En él aparecieron sus artículos de costumbres "Los Carnavales", "Me voy al Callao", "El Puente", etc. Se trata de textos descuidados cuidado en el estilo, pero con un lenguaje directo y familiar que atrapa fácilmente al lector retratando a los personajes de su tiempo. En este periódico también publicó algunos poemas y letrillas satíricas, como la titulada "A las muchachas". Simultáneamente publicó El Cometa, periodiquillo que apenas alcanzó el número doce (1841-1842). Otros de sus artículos de costumbres publicados en diferentes periódicos fueron "El té y la mazamorra", "Los viejos", "Las calles de Lima", "Dios te guarde del día de las alabanzas", etc. De esa manera se convirtió en el representante mayor del costumbrismo, al lado de Felipe Pardo y Aliaga.
Cuando apareció El Espejo de mi tierra, publicación satírica de Pardo y Aliaga (1840), Segura colaboró en los dos números de Lima contra El espejo de mi tierra, publicación que como respuesta a Pardo sacó el chileno Bernardo Soffia. Sin firmar y con similar agudeza, Segura y Pardo cruzaron versos uno contra el otro. Segura y sus compañeros de redacción le achacaban a Pardo una actitud anti costumbrista y despectiva frente a los gustos populares. Un ejemplo de esta "correspondencia" literaria, fueron el poema "Los tamales" (de Segura) y su consiguiente respuesta, "El tamalero" (de Pardo).
Para esos años, Segura era también el hombre del teatro en Lima. Efectivamente, entre 1839 y 1845 fue el único que, cada cierto tiempo, estrenaba piezas en el ambiente limeño. En 1839 estrenó el drama (o según otra versión, juguete escénico) Amor y política y la comedia El sargento Canuto, una nueva crítica al militarismo, la cual tuvo una excelente aceptación entre el público. Enseguida estrenó el drama histórico Blasco Núñez de Vela (1840), la comedia “La saya y el Manto” (1841 ó 1842) y el entremés “La mozamala” (1842).
En la noche del 24 de enero de 1845 estrenó en Lima la primera versión de “Ña Catita”, pieza de 3 actos (que luego ampliaría a 4), sin duda la más reconocida de sus piezas teatrales.
El 20 de abril de 1843, a los treinta y siete años, se casó con Josefa Fernández de Viana, de veintitrés años de edad. Con su cónyuge marchó a Piura, adonde fue destacado como Secretario de la Prefectura. Allí vivió los siguientes once años. Fundó y dirigió el semanario El Moscón en el que predominaba la sátira y la burla, atacando los vicios y desmanes de la política criolla. Dicha publicación solo tuvo tres años de vida (1848-1851). Por esos años escribió también “La Pelimuertada”, subtitulada “Epopeya de última moda” (1851), poema satírico lleno de ingenio, en el que nuevamente arremetió contra su rival literario, Felipe Pardo.
El 12 de octubre de 1858 fue declarado cesante con sueldo íntegro por haber cumplido más de treinta años de servicio a la nación. Tenía cincuenta y tres años de edad, y ya presentaba problemas de salud. De vuelta a Lima, se dedicó de lleno a las labores literarias.
Entre 1854 y 1862 llegó a ser intensa su actividad teatral. Consagró su ingenio a la comedia costumbrista y se erigió como el creador del teatro peruano. El 9 de diciembre de 1854 estrenó la comedia La espía, y el año siguiente, El resignado. Reestrenó su comedia Ña Catita, el 7 de septiembre de 1856 con gran éxito. El 15 de septiembre de ese año de 1856 estrenó Nadie me la pega, y el 24 de enero de 1858, Un juguete. En enero de 1859, en colaboración con el joven Ricardo Palma, presentó el sainete El santo de Panchita. En 1861 estrenó Percances de un remitido; en julio de 1862, el sainete Lances de Amancaes, y en septiembre de ese mismo año Las tres viudas, comedia en tres actos.
Hombre hábil con la pluma, Manuel Ascencio Segura no lo era, sin embargo, para expresarse públicamente. Entre 1860 y 1861ocupó un escaño en el Congreso como diputado suplente por Loreto, pero no sobresalió precisamente por su oratoria, debido a la timidez.
 Durante la última década de su vida, Segura escribió muy poco. Para sus contemporáneos, fue un ejemplo personal de honestidad personal, permaneciendo a lo largo de su vida dentro de una vida sencilla, materialmente humilde. Entre1860 y 1861 fue diputado suplente por el departamento de Loreto pero su actuación legislativa fue opaca. Palma señala al respecto que le era imposible vencer su timidez en la tribuna, pero que en cambio se distinguió por su buen sentido práctico y por la independencia de su conducta.
Por esos años, convertido ya en el centro de la intelectualidad limeña, concurría a las veladas literarias que se realizaban en la librería de los hermanos Pérez o en los portales de la Plaza de Armas. Así transcurrió los últimos años de su vida, entre la actividad literaria y animadas tertulias.
Buen padre de familia, con su esposa doña Josefa tuvo dos hijos, uno muerto a temprana edad y otra llamada María Josefa del Rosario. Golpeado por problemas de salud —sufría de asma — y por sucesivas desgracias familiares, murió el 18 de octubre de 1871.
Las obras de Segura se dividen en tres géneros: el poético, el dramático y el periodístico (artículos de costumbres). A ellos habría que sumar su único ejemplar de género novelístico: Gonzalo Pizarro.
En el género poético se muestran sus versos a manera de las corrosivas letrillas de Francisco de Quevedo y Bretón de los Herreros y de. «Se propuso moralizar riendo, y riendo no con humor que espiga la gracia, sino con el sarcástico que expulsa el amargor de la vida.». Sus poesías más conocidas son:
"A las muchachas", sextillas dirigidas a las limeñas beatonas y presumidas, sin distinción de edad.
“La Pelimuertada”, subtitulada Epopeya de última moda (Piura, 1851), epopeya burlesca y satírica, pero de carácter más lírico que épico. Fue publicada en un folleto de 84 páginas. Está dividida en 16 cantos, el último inconcluso, con un total de 2194 versos, repartidos en octavillas, sextillas, quintillas y romances. En ella hizo alusiones inconfundibles contra su contendor literario, Felipe Pardo, y los escritores academicistas de la capital. Su procacidad motivó posiblemente a que no fuera incluida de manera completa, en el volumen que recopiló las obras literarias de Segura, donde solo se recogieron cinco cantos (Artículos, poesías y comedias, 1885).
Un sinnúmero de letrillas publicadas en "La Bolsa" y "El Moscón", dirigidas contra Andrés de Santa Cruz, Felipe Pardo y Aliaga  y muchos otros adversarios en el oficio de las letras.
Para muestra de su habilidad versificadora, su picardía en el uso del lenguaje y sus alusiones desenvueltas a su rival literario (Pardo), he aquí unos ejemplos tomados de La “Pelimuertada”:
Cantó Ercilla al araucano,
Tasso cantó a Godofredo,
cantó a Bolívar Olmedo,
y a César cantó Lucano;
vate del codo a la mano,
como me suelen llamar,
yo también voy a cantar
más que alborote el cotarro,
y aunque estoy con un catarro
que no puedo resollar.

Si epopeyas hacen cien,
aun los que van a la escuela,
sobre el muerto y quien lo vela,
he de hacerla yo también.
Con un trés bon o un trés bien
no es Béranger quien me ofusca;
y aunque la gente parduzca
después se devane el seso,
he de soltar la sin-hueso
más recio que la Cuyusca.
Las alusiones a Felipe Pardo son claras: lo de "gente parduzca", que en un sentido recto se refiere a las personas pardas o del pueblo, alude también al apellido de su rival; además, Pardo había traducido a Béranger. Basta todo eso para darnos cuenta contra quien iba dirigida la sátira. La "Cuyusca", según lo recordaría muchos años después Enrique López Albújar en sus Memorias, era el apodo de un personaje femenino de mucha popularidad entre el bajo pueblo de Piura de principios de la década de 1840 (que coincide con el tiempo en que Segura vivió allí). Era una parda criolla, posiblemente de entre 15 a 20 años, que alegraba las calles con sus cantos y música. Un testimonio de su época lo describe como una negra liberta y que provocaba escándalos en las calles con sus cantares obscenos, pronunciados con su resonante voz.
En el género dramático, Segura compuso fundamentalmente sainetes y comedias. En total escribió diecisiete piezas teatrales, de las que se han perdido cuatro. Sus personajes son principalmente de la clase media, risibles a veces, amables o simples las otras, pero siempre representativos de la sociedad. Sus argumentos son sencillos; su verso, fluido; y su lenguaje, ágil y lleno de términos populares. Según Menéndez y Pelayo, el Perú le debe a Segura un repertorio cómico teatral en cantidad y calidad al que puede ofrecer cualquier otro país de América. Al lado de las tres únicas comedias de Felipe Pardo (de las cuales solo dos fueron representadas en vida del autor) esta producción es notoriamente abundante.
De acuerdo a la norma costumbrista, Segura explicaba su quehacer literario en términos de servicio social. Sus artículos y comedias iban dirigidos al público para motivar el cambio de los hábitos que afeaban la imagen de la sociedad limeña. En un fragmento de La saya y el manto, afirmaba que su obra estaba destinada: «a corregir las costumbres / los abusos, los excesos / de que plagado se encuentra / por desgracia nuestro suelo.» Ese espíritu correctivo casi nunca es violento (exceptuando la crítica a las pasiones políticas, al caos institucional, a la falta de patriotismo).
A continuación, una lista de sus obras teatrales:
·         La Pepa (1833), su primera comedia escrita, pero que no fue estrenada.
·         Amor y política (1839), su primer estreno, obra de tipo histórico cuyo texto no se ha conservado.
·         El sargento Canuto (1839), obra en que ridiculiza los alardes de un militar inculto y fanfarrón que por su altanería es expulsado de la casa de la mujer a quien pretende. Como en toda las comedias de Segura, mas que el argumento lo que destaca es la espontaneidad de los personajes y la gracia de los diálogos plagados de dichos populares, que ofrecen un vivo retrato —crítico, ingenioso y festivo—, de la sociedad peruana en sus primeras décadas republicanas.
·         Blasco Núñez de Vela (1840), drama histórico en 6 actos, cuyo estreno suscitó controversias entre europeístas y nacionalistas. Su original se ha perdido.
·         La saya y el manto (1841 ó 1842) comedia donde se ocupa de un solicitante de empleo público, que, para lograrlo, enamora a una joven y le promete matrimonio, con el fin de que mediante su intersección y la influencia de su cuñado, consiga el ministro la aprobación a sus deseos.
·         La mozamala (1842), entremés cuyo título alude al nombre de un baile muy popular de entonces.
·         Ña Catita (1845; corregida en 1856), comedia. Es la obra que resume todo el humor y la chispeante gracia de Segura. Su personaje principal que le da título ha sido considerado como la figura de mayor relieve del teatro peruano. El argumento es como sigue: los esposos don Jesús y doña Rufina tienen una hija ya en edad de casarse, llamada Juliana. La madre, instigada por Ña Catita —una anciana pícara, chismosa e intrigante—, pretende ligar a su hija con don Alejo, tipo donjuanesco que simula tener gran alcurnia y solvencia económica. Pero Juliana, muy cándida y dulce, corresponde a la amorosa pasión de don Manuel, mozalbete pobre y sin porvenir, y se opone tercamente a los intentos de su madre. Cuando ya se está por sellar la unión de Juliana y don Alejo, llega intempestivamente don Juan, un viejo amigo de la familia, quien involuntariamente desbarata las pretensiones de don Alejo. En efecto, recién llegado del Cuzco, don Juan se sorprende al ver a don Alejo, que era amigo suyo, y aprovecha el casual encuentro para entregarle una carta de su mujer. Se descubre entonces que el supuesto galán no era sino un impostor, que tenía esposa y vivía en el Cuzco. Rufina desfallece de espanto y llora su desgracia. Ña Catita, por perversa y proxeneta, es arrojada de la casa. Se acuerda entonces el casamiento de Juliana y Manuel, en tanto que don Jesús, por intercesión de don Juan, perdona la conducta de su esposa Rufina. Esta obra fue estrenada en la noche del 24 de enero de 1845, y reestrenada con agregados el 7 de septiembre de 1856, triunfando merced al genio de la actriz Encarnación Coya.
·         Nadie me la pega (1845), pieza breve.
·         La espía (1854), comedia.
·         El resignado (1855), comedia llena de alusiones políticas, referentes a la guerra civil entre Echenique y Castilla. Constituyó un éxito formidable que le atrajo la admiración de los jóvenes románticos de la “bohemia”, entre ellos Clemente Althaus, Manuel Nicolás Corpancho, Carlos Augusto Salaverry y Ricardo Palma..
·         Un juguete (1858), comedia
·         El santo de Panchita (1859), sainete, en colaboración de Ricardo Palma en las escenas VIII-X del segundo acto.
·         Percances de un remitido (1861), comedia. Aguda crítica a la licencia de la prensa limeña, que no respetaba honras.
·         Las tres viudas (1862), comedia donde luce el ingenio de Segura más reposado, con atisbos psicológicos, desconocidos en sus obras anteriores.
·         Lances de Amancaes (1862), sainete.
·         El cachaspari, sainete hecho de la refundición de los originales de la pieza de un acto "Dos para una".
En el terreno periodístico, hizo sus primeros aportes en El Comercio de Lima, y fundó después La Bolsa y El Moscón. En ellos escribió letrillas festivas y artículos costumbristas, luciendo siempre su ingenio burlón y caricaturesco. En conjunto, suman una cantidad mucho mayor que los artículos de Felipe Pardo, pero éste le supero en calidad con sus artículos que publicó en El espejo de mi tierra.
Los artículos de costumbres de Segura amplían los temas y a veces profundizan la visión crítica de sus comedias. Con una composición poco imaginativa y muchas veces descuidada, estos artículos normalmente constan de una breve presentación del narrador, del relato humorístico de uno o varios sucesos urbanos (que van desde las honras fúnebres al presidente Gamarra hasta el juego de carnavales) y de una conclusión enjuiciadora. Es un claro antecedente de las Tradiciones Peruanas de Ricardo Palma.
Características de su obra.- Sus críticos y biógrafos, desde Juan de Arona hasta José de la Riva-Agüero y Osma, coinciden en reconocer sus singulares dotes de comediógrafo ingenioso. Pintó lugares y personajes, especialmente a estos últimos, con singular destreza. La caricatura fue su forma descriptiva favorita. En el fondo no perseguía la estigmatización cruel y sangrienta de nuestras costumbres, sino su moralización. Sus personajes emblemáticos fueron la limeña beatona y alcahueta, los militares aventureros, los inescrupulosos politiqueros, los falsos aristócratas, los empleados públicos arribistas y todos los tipos heterogéneos que conformaban la población limeña. Logró crear estampas cargadas de gracia, ironía y agudeza, tan llenas de vitalidad que en ellas pueden reconocerse muchos tipos de la sociedad actual.
En cuanto al uso del lenguaje, no cayó en el purismo del idioma castellano que defendía exacerbada mente Pardo y Aliaga. En ese sentido superó a su colega de letras, ya que aportó una renovación en el vocabulario teatral, es decir, en el vocabulario poético. El lenguaje literario castellano se había vuelto a veces pobre y descolorido dentro de los moldes estilísticos vigentes. Segura empleó, con gracia original de escritor auténtico, voces que no estaban en el diccionario pero si en el habla diaria de la gente común. Estampó así los llamados criollismos y engalanó también la curiosa sintaxis popular, adelantándose, en esta forma, a Ricardo Palma y Leónidas Yerovi. De allí resulta una alegría en sus obras, derivada no tanto de las tramas, muy sencillas, ni de las ideas expresadas, sino de las palabras mismas en su intimidad y entraña. Al lector no advertido del siglo XXI le sorprenderá sin duda encontrar en los diálogos del El sargento Canuto y Ña Catita expresiones populares de actual uso cotidiano («hacerse el sueco», «váyase a freír monos», etc.). Con toda razón, Ricardo Palma defendió a Segura de quienes de supuesta vulgaridad: «Lo que estos críticos olvidan es que cuando se pinta al pueblo debe pintársele tal cual es. Si existe algo en las comedias de nuestro compatriota que ofenda a quisquillosos lectores, culpa será del original, no del retrato».

Suele oponerse las figuras de los dos más grandes literatos de comienzos del Perú republicano, Felipe Pardo y Aliaga y Manuel Ascencio Segura, limeños y coetáneos. Es cierto que ambos sostuvieron largas polémicas literario-periodísticas por diversos motivos (por ejemplo, Pardo expresa indignación y moralismo ante el desenfreno de los carnavales limeños; Segura, picardía y entusiasmo ante esta fiesta), y que en ese enfrentamiento lucieron su mejor talento para criticarse el uno al otro, pero no resulta válido encasillarlos en posturas criollistas o anticriollistas. Una atenta lectura a la obra de Pardo, nos revela también su profundo amor e interés por el Perú; de otro lado Segura hace también duras críticas a la sociedad peruana.

lunes, 22 de junio de 2015

LA CONSPIRACIÓN DE LOS CAPITANES

Con el nombre de conspiración de los capitanes, se bautizó en el año 1845, un colosal proyecto de revolución, que de haberse realizado, habría puesto lo de abajo arriba y vuelto el país de adentro para fuera, “como calcetín de pobre”.
Dice don Ricardo Palma  que debería llamarse “la Conspiración de los poetas”, porque mucho de poético hubo en el programa de los afiliados.
Se cuenta que con motivo del desastre bélico de Ingavi, se preparó a la juventud  que militaba en el ejército, que la derrota se debía exclusivamente a la corrupción, perfidia, rivalidades y ambiciones de los militares mayores, y que si bien éstos hicieron la Independencia patria, en cambio fueron los creadores de la guerra civil, siendo obra suya la anarquía en que desde 1828 vivía el Perú. “Los escándalos, ignominia y atraso del país  eran cosecha obligada de la mala semilla sembrada por ese cardumen de sanguijuelas del Tesoro público.
La juventud, para no hacerse cómplice del pasado, devolver su empeñado lustre a la noble carrera de las armas y castigar con mano de hierro la inmoralidad y el crimen, debía unirse en logia secreta, madurar sus planes y dar el golpe sobre seguro.
Todo militar que invistiese las clases de general, coronel o comandante, era para los de la logia regeneradora  un pecador empedernido y sin misericordia ni santo o padrino que le valiese debía ser fusilado. No podía caber honradez, valor, ilustración, talento, virtud ni mérito alguno en hombres que, “     por andas o por mandangas”, habían contribuido a entronizar la política de Agustín Gamarra Messia, que fue el primer caudillo de motín que tuvo las patria nueva  y el que fundó cátedra de anarquía y bochinche.
Para los de la logia, cada general, coronel o comandante, a pesar de las charreteras relumbrones y entorchados, no pasaba de ser un escapado de presidio, un racimo de horca o un complemento de banquillo patibulario. “Degollina con ellos o cuatro onzas de plomo entre pecho y espalda”.
“Como eso de leyes y constitucionalidad  no pasaban de ser una especie de ratonera con queso rancio”, en la que caen pericotillos inocentuelos, para que los gatos saquen el vientre de mal año, los que la logia proclamaban la dictadura de un joven, ¡y abajo antiguallas! , que de la juventud es el porvenir, y solo los muchachos saben hacer bien y en regla las cosas. Los viejos ni siquiera sirven para dar hijos rollizos a la patria, que bien los ha menester, ¡Ea¡ “Los viejos a la tumba y los jóvenes a la obra”  (este pensamiento es de Manuel González Prada).
So capa de ciencia, suficiencia y experiencia, buenos petardos le han traído al Perú los tales vejestorios. Los mancebos de la logia resolvieron declarar a la vejez en cesantía  eterna y que todos los puestos públicos se repartiesen  entre la gente moza. Así cuasndo gobernasen los muchachos, lo primero que tendría que hacer un pretendiente no sería comprobar competencia para el buen desempeño  de un destino, sino exhibir su partida de bautismo. A los hombres de cuarenta o cuarenta y cinco, asi como por caridad y para que no musiesen de gazuza, se les ocuparía en empleos subalternos, como amanuenses  o portapliegos. Después de los cuarenta y cinco, ni para portero sería ya útil un prójimo. Así , y para no experimentar sinsabores y agravios, lo mejor que podría hacer  todo peruano sería morirse  antes de llegar a los cincuenta.
En lo sucesivo no habría en el Perú generales ni comandantes, porque estos títulos llevaban en si encarnado el virus de todo lo malo. ¡Basta  de langostas!. En lo sucesivo no habría en el escalafón  militar más que capitanes y tenientes; “esto es los mismos mastines, con solo dos collarines.
El director sería un capitán, irresponsable y con facultades omnímodas para hacer y deshacer a su antojo. Estaba ya designado  para el ejercicio de las autocráticas funciones, el capitán juan Ayarza, que era natural de Ayacucho, y para su secretario general el capitán limeño Manuel Tafur, quien murió con el grado de coronal en la batalla de Huamachuco, librada contra los chilenos. Decididamente, con este gobierno íbamos a ser los peruanos  tan archifelices , que “daríamos dentera a todas las naciones del universo mundo”.
Y esa poética locura tomaba de día en día tal incremento tan secretamente guardado entre los setenta y nueve capitanes y tenientes comprometidos, que sólo por una casualidad , que “llamaremos providencial, pudo el gobierno poner las manos en la masa y desbaratar el pastel”. 
El coronel Francisco García del Barco, mandaba un batallón acantonado en Ayacucho, un teniente Faustino Flores, el que servía en la primera compañía, de la cual era el capitán Juan Lizárraga, gallardisimo mancebo, muy contenido en letras  y números, gran técnico y ordenancista, valiente como un león en el campo de batalla, y muy querido y mimado por sus compañeros de armas. “Era como se dice el niño bonito del ejército”.
Todos los oficiales del batallón, con excepción de cuatro o cinco, estaban afiliados en la logia, contándose el teniente Flores entre los pocos de la excepción . Y no lo estaba porque Lizárraga, que era el jefe de obra en  el cuerpo, tenía desfavorable concepto de sus prendas, como soldado y de sus dotes como hombre.
Flores, y Lizarraga, ambos eran ayacuchanos, obtuvieron de su coronel dos días de licencia para ausentarse del cuartel e ir a pasarlos a un quinta a inmediaciones de la ciudad, para celebrar fiesta de familia  por cumpleaños de una prima suya.
Al terminar el permiso, Flores regreso al cuartel, encontrándose en la puerta con el capitán Lizárraga, a quien aquel día estaba confiado el servicio. El coronel había olvidado avisar a Lizárraga que el teniente se encontraba de franco, y disculpable era que el capitán trinase contra la falta  en que, a su juicio, había incurrido el subalterno. Así, apenas vio a Flores lo  reconvino con dureza. Como las palabras, sacan palabras , el teniente que no era mudo y venia tal vez envalentonado por los humos alcohólicos del día anterior, también desato la sin hueso, terminando por desafiar a su capitán. Este orgulloso, valiente y con fama de muy diestro esgrimidor, contesto:
“Ahora mismo, Ven a que te haga vomitar el alma y el aguardiente pedazo de sabandija”.
Y seguidos de algunos oficiales se encaminaron los duelistas a la Alameda de Santa Teresa o de los Caballitos, que distaba pocas cuadras del cuaertel de Santa Catalina.
Cuenta Palma en las Tradiciones Peruanas que “Flores apenas sabía manejar la espada, y su antagonista era maestro en armas o por tal tenido en el ejército”.
¡Pobre Flores!, decían por el camino los que iban a presenciar  el desafió. “Ya puede contarse entre las almas de las otra vida”.
Pero ello es que no bien se cruzaron  los aceros cuando Lizárraga cayó muerto, atravesado el corazón por una estocada.
Aquel fue día de luto para Ayacucho, donde Lizárraga era el favorito de los salones.
Traído el cadáver a la ciudad en brazos de los oficiales, el coronel, seguido de un ayudante, entró en la vivienda que en el cuartel había ocupado el difunto para inventariar las prendas. ¡Cuál sería su sorpresa  al abrir un maletín  de campaña y encontrar en él cartas, relaciones, documentos, en fin, que ponían en transparencia la conspiración!.
El coronel García del Barco, inmediatamente despacho un expreso a Lima para que pusiese en manos del presidente de la República, mariscal Ramón Castilla, los hilos del complot que la casualidad le había hecho descubrir.
A la vez, Flores era juzgado y condenado a muerte por un consejo de guerra; pero sus deudos consiguieron hacerlo fugar de la prisión y que se asilase en Bolivia.
En el año 1856 fue indultado por la Convención Nacional. No volvió a servir en el ejército, y murió, en un villorrio de provincia, desempeñando las funciones de maestro de escuela.
Cuando el mariscal Ramón Castilla, atando cabos sueltos , se puso al corriente de la terrorífica conjuración, exclamó  con las frases cortadas que eran de su peculiar y característico lenguaje:
¡EH! ¿Qué cosa?...!Muchachos locos!...!Calaveras!... ¡Cortarles las alas!... ¡Faltos de juicio!... ¡Qué no vuelen!... ¡Tunos!... ¡Qué venga Mendiburu ¡… ¡Si!... ¡nada de escándalo!..., eso es!... ¡Romper hilos!... ¡Conviene!... ¡Mendiburu!... ¡sin ruido, ruido!... ¡Ya, ya!.
Y encerrándose con el entonces Coronal Manuel de Mendiburu (quien seguramente después se ocuparía de tal episodio en sus “Memorias”, (inéditas aun), hubo entre ambos larga platica y combinación de planes.
Al día siguiente Mendiburu se embarcaba rumbo a Arica y en menos de un mes y con la mayor cautela recorrió tres departamentos del sur, “tijera en mano y cortando hilos”, Mañosamente fue separando de los batallones a los capitanes peligrosos, pero sin darles a conocer el motivo de la separación. Esta no tenía nada de desairoso, pues no se les daba de baja en el ejército. Unos capitanes fueron enviados al extranjero en calidad de agregados a las Legaciones (Embajadas); otros marcharon a Europa  a estudiar un nuevo sistema de armamento; muchos pasaron a servir a los Ministerios y oficinas, y poquísimos, esto es, los de escaso prestigio y aptitudes, fueron al gremio de indefinidos, donde siquiera  se les acudía con una ración de pan.

El mariscal Castilla pudo encerrar  en un fortín a los conspiradores, someterlos a juicio, que habría sido perdurable si así convenía al gobernante, y alborotar el cotarro; pero como hombre práctico y político sagaz, prefirió atajar el mal sin grave escándalo, limitándose a impedir que jóvenes de soñadora fantasía siguieran ejerciendo dominio sobre los soldados.